Constantino Bértolo, exeditor y ensayista

"Debuté dando una conferencia y Joaquín Sabina, cantando, el mismo día en Londres"

Constantino Bértolo. XESÚS PONTE
photo_camera Constantino Bértolo. XESÚS PONTE

EL ESCRITOR y antiguo editor Constantino Bértolo estuvo en Lugo presentando su último libro, Una poética editorial. Viene de Navia de Suarna, donde nació en 1946 y donde está pasando un mes. Fue director de Debate y de Caballo de Troya, fue crítico de libros en El País y de restaurantes, en Sobremesa.

Cada vez pasa más tiempo en Navia de Suarna.
Cada vez soy más de Navia.

¿Estuvo en la pandemia?
Tres meses, en el verano.

Dedicó a la villa su primer y único poemario publicado, O gran poema (Chan da Pólvora). ¿Usted también aprovechó la pandemia?
Escribí una parte del libro allí. Lo acabé en mi cabeza hacia el final de 2019. Después, tardé en entregarlo. Lo hice en febrero de 2020 y salió durante el mes de febrero siguiente.

Emigración
"Descubrí que era gallego en Madrid cuando mi madre me mandó a comprar una ‘pota’. No sabían lo que era"

Llevaba cincuenta años sin publicar poesía.
Fui seleccionado en una antología de poesía joven en 1966. En ese libro también figura Juan Soto, mi amigo y vecino del barrio de Recatelo, en Lugo.

¿Quería ser poeta?
Sí que me planteaba serlo.

Pero optó por ser psiquiatra.
Quería ser poeta, pero no sabía cómo se entraba en el campo literario, cómo ser poeta. Escribía poemas, pero no los mandaba. Los guardaba. Escribí un libro de poesía en 1968. Se llamaba Las bocas y los besos. Hace un año un viejo amigo me dijo que lo estaba leyendo. A él le parecía muy bueno y me animó a publicarlo. Ya no es el momento.

¿Ya no se identificaba con esos versos o tenía miedo a hacer el ridículo?
Me pareció que ya no venía a cuento, también estaba el ridículo. No sé. Ya estaba con O gran poema.

Galleguismo
"Con 13 años escribí a Galaxia desde Madrid. Fernández del Riego me mandó un lote de libros"

En los años 60 descarta ser poeta y se inclina por la psiquiatría.
Tenía un amigo mayor, que era psiquiatra. Me recomendó a Freud. Leí bastantes cosas suyas.

Siempre fue lector. Con nueve años llegó a Navia de Suarna y le dijo a su abuela: "He leído a Rilke y lo he entendido".
No es un poeta fácil. Yo pensaba que lo había entendido. Después sí que lo entendí. Yo era un adolescente tímido y feo. Tenía los dientes hacia fuera. Cuando jugaba al fútbol me llamaban Di Stéfano. Entonces pasé a ser raro. Eso se consigue con las lecturas.

En ese momento sus padres se hacen cargo de un hostal en Madrid. Las lecturas hicieron que fuese más soportable.
Tenía a mis amistades en Recatelo. No sabía lo que era un emigrante hasta que llegué a Madrid. Era una esquizofrenia. No era ni de Lugo ni de Madrid. Descubrí que era gallego en Madrid cuando mi madre me mandó a una ferretería para comprar una pota. La señora de la ferretería me preguntaba: "¿Una pota? ¿Qué es eso? ¿Una bota?". No tienes sitio y la lectura es un refugio. Robinson Crusoe fue el libro que me bautizó.

¿En su casa hablaban gallego?
Castellano; aunque, si venían las hermanas de mi padre, se hablaba. En Lugo, castellano. Incluso en Navia la mitad de la villa hablaba castellano. Bueno, si usted pregunta lo negarán, le dirán que hablaban todos gallego. Me acuerdo de Xesús de Perico, que te reñía si no hablabas gallego. El gallego era un ruido de fondo. Lo oía hablar, estaba ahí. El gallego eran los graves y el castellano, los agudos.

Marxismo
"Tengo un busto de Lenin al entrar en casa para que la gente que entre sepa que nosotros sabemos de qué vamos"

El hostal de su familia en Madrid era frecuentado por gallegos.
Había muchos estudiantes gallegos. Tenían discusiones sobre literatura gallega y yo los escuchaba porque aprendía mucho. Supe quiénes eran Curros y Rosalía por Rosendo Figueroa, el de la farmacia de Lugo.

Se sentía desterrado. A los 13 años mandó una carta a la editorial Galaxia para pedir auxilio.
Francisco Fernández del Riego fue muy amable. Me contestó y me mandó un lote de libros. Había antología de poesía, que aún conservo; un libro de Ánxel Fole, al que descubrí, y un número de Grial, que traía un artículo sobre la saudade.

La saudade era lo que sentía usted.
Exactamente.

Estudia el bachillerato, empieza Medicina.
Fue una decepción. Era estudiar física y química, lo que menos me gustaba. En casa me aplicaron el principio de que "el que vale, vale, y el que no, a Filosofía". Pilar Vázquez Cuesta me daba Literatura Gallega. Me puso matrícula. Yo tenía la ventaja sobre mis compañeros de que había seguido leyendo los libros en gallego que se iban publicando. Dominaba ese campo. El gallego se convirtió en un valor de cambio positivo. Estaba haciendo una tesina sobre Ánxel Fole, pero no la terminé. También me dio clase Marina Mayoral.

Hábleme de ella. ¿Era distante?
Era aplicada y tenía vocación académica.

"Javier Marías era un autor interesante en 'Todas las almas'. Después fue por un camino de repetición"

Acaba la carrera y se va a Londres porque quería entender las letras de los Rolling Stones y de los Beatles.
Lo conseguí y además descubrí los conciertos, los de verdad. Vi a Carlos Santana en directo. Ya era militante del PCE. Nos reuníamos en el Club Antonio Machado. Un día llegó un chaval con una guitarra, que decía que venía escapando porque era "de la Eta de Jaen". Era Joaquín Sabina. Un día debuté como conferenciante hablando sobre a dónde iba el dinero de los emigrantes gallegos. Él debutó ese mismo día como cantante. Cantaba temas de Paco Ibáñez. Se lo conté a Sabina mucho años después, pero no se acordaba.

A la vuelta estuvo dando clase de Lengua y Literatura en un instituto de Madrid.
Estuve en el instituto Isabel La Católica, en Tetuán; un barrio de clase obrera. El instituto estaba politizado y, no le voy a engañar, los profesores lo politizamos más. Había unas profesoras que eran cristianas de base y acabaron teniendo cargos con el PSOE.

Usted se mantuvo fiel al comunismo.
Sí. Empecé a militar en el 72.

Se marchó desencantado, pero ha vuelto recientemente.
Así es.

¿Sigue teniendo un busto de Lenin en la entrada de su casa en Madrid?
Allí sigue. Quiero que la gente que entre sepa que en mi casa sabemos de qué vamos. Habilité el faiado de la casa de Navia para tener libros y leer. En la puerta puse un bordado con la hoz y el martillo que me hizo una amiga. Es una unión de lo cursi y lo político.

No tarda en cambiar la enseñanza por el medio ambiente.
Un amigo me contó que se estaba formando la Dirección General de Medio Ambiente. Estábamos ya en democracia. Me encargan que escriba folletos de divulgación. Yo defendía el medio ambiente en relación con el desarrollo económico en ellos. A la directora no le pareció bien y me despidió. Después tuvo un cargo con el PP.

Gastronomía. "Trabajé pesando pan junto a un exguardia civil"

La actividad de Constantino Bértolo extendió su currículo al campo de los restaurantes, pues ejerció como crítico.

Tras su paso por la enseñanza se convierte en lo que hoy sería un inspector de consumo.
El año en que sucedió lo del aceite de colza decidieron que había que controlar los alimentos. Íbamos por las panaderías. En teoría era para controlar la calidad del pan. Lo que hacíamos era pesarlo. Nos llamaban Los del Repeso porque volvíamos a pesar el pan que ya habían pesado los panaderos. Acompañaba a uno del Repeso que había sido guardia civil. Nunca me dejaba entrar con él. Imagine el motivo.

La mordida.
Al final, le dije: "Si no le parece mal, yo me quedo a fumar fuera". Duré veinte días.

No me dirá que se hace crítico gastronómico después de pesar pan.
No. Eso había sido ya en la facultad. Rafael Chirbes era director de la revista Sobremesa. Me ofreció entrar. Debuté con el artículo La tragedia gastronómica de un marxista vulgar. La tragedia era que me gustaban las patatas fritas. Hice un reportaje sobre Lugo. No me llamó la atención. Era cocina muy tradicional con buen producto. La revista no quería eso. Chirbes me explicó que el lema de la revista era dar lenguaje a la gente del PSOE que estrenaba tarjeta entonces para que supiese qué tenía que decir cuando iba a un restaurante de Nueva Cocina.

Me hablaba usted de Chirbes. No quise interrumpirle. ¿Es el autor de novelas como Crematorio?
Chirbes tardó en publicar. Le rechazaron dos novelas. Tengo los manuscritos. Se los habían rechazado en Alfaguara.

Empieza a hacer crítica en El País en los años 90, al tiempo que comienzan a publicar Antonio Muñoz Molina o Javier Marías. Este último acaba de fallecer. Usted fue un crítico honesto. Déme su opinión sobre su obra.
Era un autor interesante cuando escribe Todas las almas. Después va por el camino del manierismo elitista y el del virtuosismo. Eso lleva a la repetición. Dicen que los escritores escriben siempre el mismo libro. Pues de Marías leí Todas las almas. Su éxito se basa en el predominio entre los lectores del gusto de que te guste la literatura, de sentirte importante porque lees a ciertos autores. Se lo dije a Marías, porque lo trataba.

Usted trataba con personas a las que les gusta escribir cuando fundó la Escuela de Letras, el primer centro de escritura creativa.
Una noche nocturna estábamos varios críticos de El País tomando unas copas. Empezamos a hablar sobre la serie Fama, que trataba de alumnos de una escuela de baile, y se nos ocurrió.

Fue profesor en la Escuela. ¿Aprendió algo?
Daba clase de Lectura y aprendí un montón. La Escuela fue mi momento de mayor crecimiento personal. Lo dejé porque era una experiencia un tanto peligrosa. Te relacionabas con el alma de los que se matriculaban y eso es peligroso. Los alumnos eran gente convencida de que era diferente.

Lector en negro. "Ayudaba a un ingeniero a parecer culto ante su novia"

Bértolo sabe que la lectura tiene rendimiento económico; no solamente como director de editoriales o como crítico, también como lector en negro.

Usted leía para otras personas.
Tenía un amigo que escribía para Leopoldo Calvo Sotelo. Fue él quien me habló de esa posibilidad. Conocí a un ingeniero de caminos que quería parecer culto ante su novia. Me pagaba para que leyese novelas, le hiciese un resumen y le dijese cuatro o cinco frases para repetirle a ella. Pero hay algo que quería contarle.

Soy todo oídos.
Empecé como crítico literario en El Progreso. Mi sección se llamaba Ventana literaria. Eran textos de veinte líneas. Descubrí que me gustaba.

Ejerció en varias revistas hasta culminar su carrera en El País. ¿Por qué lo dejó?
Porque apareció un equipo de Barcelona para acabar con el de Madrid. Lo que buscaban eran que Anagrama y Tusquets tuviesen el control. En el equipo que nos sustituyó estaba Ignacio Echevarría. Después nos hicimos muy amigos.

Ambos practican una crítica determinada por la ética.
Tenemos el mismo tipo de exigencia.

Al dirigir Debate no pudo ejercer la crítica, pero decidía lo que se publicaba.
Cuando entré pensé que iba a ser crítico ejecutivo, pero descubrí unas variables económicas que condicionan la lectura. A pesar de todo, fui un privilegiado porque no me ponían presiones económicas.

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