Grison: "Dejé de ser profe de música porque me sentía como un animador sociocultural"

El carismático guitarrista de ‘La resistencia’, campeón del mundo de boss loopstation y de beatbox, aterriza en el Gustavo Freire (21.45 horas) para arrollar al público con su especial sentido del ritmo y del humor
Grison. EP
photo_camera Grison. EP

PROFESOR, músico y showman empedernido, Grison (Madrid, 1984) es un "superviviente" nato, capaz de sumarse al proyecto más disparatado si este le permite mantener viva la más mínima posibilidad de seguir dedicándose a lo que más le gusta: hacer buena música.

Se llama Marcos Martínez, ¿de dónde sale Grison?

Me lo puso mi primo, porque decía que me parecía a Grissom, el de la serie CSI. No por el físico, sino porque decía que yo siempre estaba investigando, como el personaje. Entonces, en el primer campeonato de beatbox de España en el que participé, había que ponerse un apodo y, por hacer la coña, me puse Grison. Como quedé de los primeros, ya no me lo pude cambiar porque la gente empezó a conocerme con él. ¡Grison pa'to la vida por la tontería!

¿Empezó con el beatbox de niño?

¡Qué va! Cuando empecé, ya tendría por lo menos 25 años. Yo siempre había sido guitarrista, pero me hice una luxación de hombro esquiando y tuve que dejar de tocar, no podía. De casualidad, ahí apareció el beatbox. Como no podía hacer otra cosa, le metía cuatro o cinco horas todos los días y me presenté al primer campeonato de España. Ahí me di cuenta de que esto era lo mío.

Muchos músicos dicen que empezaron a tocar la guitarra para ligar más. ¿Es su caso?

(Ríe). ¡Ah, no! Ligar siempre he ligado poco, con guitarra o sin ella. Empecé porque mi tía tenía una en su casa y, cuando era niño, me enseñó a tocar algunos acordes. Me gustó mucho. Un día, como ella no la usaba, me dejó que me la llevara a mi casa, y entonces empecé a ensayar en el parque con los colegas del instituto.

¿Cómo le fue en el instituto?

Mi etapa en el instituto fue una mierda, la verdad. El instituto tenía sus cosas buenas, que era cuando salías de él, pero el resto era una mierda. Yo era un niño muy activo y todo el rato me amonestaban por hablar en clase o por interesarme por ciertas cosas. En lugar de fomentar la creatividad, los profes te quitaban la ilusión. Había que aprenderse todo de memoria y eso me hacía faltar mucho a clase.

¿Y los compañeros?

Fuimos la primera promoción de la Eso y, cuando nosotros entramos con 12 años, el resto de los alumnos tenían 16, así que nos pegaban, nos quitaban el bocadillo, nos hacían todo tipo de perrerías y los profesores pasaban. Fueron años duros: tenía que salir por la puerta de atrás o saltar la verja, porque si no, sabía que los mayores me iban a zurrar y a quitarme el dinero. A pesar de todo, me saqué la Eso, el Bachillerato y la carrera: soy profesor de música.

¿Repitió algún curso?

Sí, casi dos. Repetí cuarto de la Eso y, luego, aprobé segundo de Bachillerato, pero no me preparé Selectividad y me tiré un año medio sabático antes de ir a la Uni.

¿Cree que hoy en día la educación en España es mejor?

No sé... A mi no me gusta que te enseñen solo a acatar y a obedecer, sin interesarse por tus gustos ni por nada tuyo personal. Al final lo que te están enseñando es a ser el empleado de una multinacional. Además, te venden una gran mentira, que si no vas al instituto no socializas. ¡Mentira! En el instituto tampoco socializas, tienes que estar sentado sin hablar.

En la Universidad le fue mejor, ¿verdad?

Sí, sí, la Universidad me gustó mucho más. Me permitió conocer a mucha gente que estaba en mi onda. Además, había libertad para aprender, no solo en las aulas, sino también fuera de ellas. A los pasillos de la Universidad le debo muchas de las cosas que sé.

¿Y el Erasmus?

Otra maravilla. Estuve en Lisboa y fue una experiencia única. Hice muy buenas amistades —que es de lo más valioso que se puede hacer—, y todavía las conservo.

¿Al final llegó a trabajar como profesor de música?

Sí, sí, me tiré ocho años de profesor en una escuela de música en Tres Cantos y ahí fue donde aprendí de verdad a lidiar con los niños. Enseñar es muy gratificante, pero te exige mucha paciencia y capacidad para negociar con ellos cuando se ponen cabroncetes. Además, cuando te meten a treinta alumnos por clase, es muy complicado enseñar nada. Al final me sentía como un animador sociocultural que estaba cuidando a los niños hasta que los padres los recogieran. Harto, me salí y me metí en el musical Voca People.

¿Y cómo fue eso?

En los siguientes cinco años, me hice unos cincuenta países de gira. Estuvimos por todo el mundo: Asia, América... Cinco años de gira permanente. Fue una locura, pero aprendí mucho a nivel profesional y a nivel personal.

Cuenta lo bueno, pero me imaginó que también tuvo que haber momentos duros.

Sí. Cuando estábamos en China, tenía a mi madre con cáncer, muriéndose, y me tuve que volver a España corriendo. Después de eso, pasé unos meses muy jodido, teniendo que trabajar por ahí, cuando yo solo me quería volver a casa. Lo veía todo negrísimo, caí en un pozo, me hundí, pero luego fui viendo que de todo se sale.

¿Qué le ayudó?

Entender que la muerte es un paso más de la vida; que un día todos nos morimos. También me di cuenta de que hay que vivir el momento y de que no hay que dejar de hablar de los muertos: es un proceso doloroso, pero hay que aprender a recordarlos. En otras culturas, como en México, afrontan la tragedia de la muerte mucho mejor. Tenemos que aprender de ellos.

¿Cómo llegó a 'La resistencia'?

Gané el campeonato de loop stations —música hecha con la base de un aparato que repite de forma cíclica una pequeña grabación— y la marca Roland me contrató de comercial para ir por las tiendas haciendo demos, para que los dueños supieran cómo funcionaba el aparato y me lo comparan. O sea, era como el que vende la Thermomix, pero yo con los loop stations. Entonces Ricardo Castella me vio en una demo y le encantó. Dos años más tarde, vinieron él y Broncano a decirme que estaban montando un programita y que necesitaban una banda, pero que no tenían mucho presupuesto. Yo acepté. No le dábamos ni tres meses al programa y, al final, mira. Hubo suerte, pero la hubo porque estábamos allí.

¿Y cuál es su momento favorito del programa? ¿Se queda con algún invitado?

¡Con mi abuela! Con lo mayor que es y con todo lo que ha pasado... (Se le quiebra la voz). Ha vivido una guerra y tantas cosas que, verla allí, tan elocuente y tan graciosa, fue un lujo.

¿Su abuela es su persona?

Sí, sin duda. Ella es mi persona.

¿Qué le pide al futuro?

Yo soy un superviviente: donde me paguen, ahí voy. (Ríe). Me gusta salir de la zona de confort, así que siempre estoy abierto a proyectos nuevos.

Comentarios