Inflación e incertidumbre en 2023: el rol de las tasas de cambio

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Hay una historia curiosa que nos puede ayudar a entender el problema de lo incierto, antes de entrar en la conexión que existe entre inflación y las tasas de cambio. Se trata de un pavo que vivía tranquilo en un restaurante, proyectando sus estadísticas con base en datos del pasado, seguro de que nada malo le pasaría a él. Pero su modelo falló. Llegó el día de acción de gracias y fue sacrificado. Quizá alcanzó a entender que predecir es imposible, así algunos entusiastas de la inteligencia artificial nos digan hoy que se puede predecir el futuro en un 100%. Por ello, cuando miramos la relación que existe entre tasas de cambio e inflación, no podemos dejar de lado el problema de la incertidumbre.

El inicio del 2023 es un momento de sentimientos contradictorios. Vemos que, en momentos de presión inflacionaria y curvas de rendimientos invertidas, las provisiones bancarias de los bancos están aumentando (e.g. JP Morgan pasó de 1.537 a 2.280 millones de USD en el segundo semestre del 2022), sugiriendo la preparación para situaciones de impago de sus clientes. Pero, por otro lado, algunos analistas señalan que el 2023 es el año del crédito para el sector real. Mientras tanto, el nivel de ahorro de los hogares en EE.UU está por el piso, las hipotecas variables están debilitando financieramente a hogares europeos, las deudas en tarjeta de crédito van en aumento, y aun así no se ha dado la caída extrema en precios inmobiliarios que muchos esperan. No estamos en la extraña euforia financiera que eclipsó la dura realidad del sufrimiento humano en fases tardías de la pandemia, pero tampoco parece haber convicción sobre la recesión que predecía el FMI en octubre de 2022. Como en el caso del pavo, que sabía qué es trading, qué es el NASDAQ, el VIX, y sobre todo, qué pasaría en el futuro, no podemos predecir, pero sí comprender cómo se conectan los nodos de una situación compleja.

Nuestro primer actor es la inflación, es decir el aumento generalizado de precios que registramos en una economía, cuando tomamos algunos ejemplos de productos, que más o menos la mayoría de los hogares consumen. Argentina, por ejemplo, llegó a la exorbitante cifra de 94% de inflación en el 2022, mientras que Europa ya superó el 10% y Estados Unidos apenas empieza a sentir que la batería de asedio de precios se empieza a ralentizar hacia el 6.5%. Generalmente, un choque económico que genere escasez (pensar, por ejemplo, en un terremoto), puede elevar precios. Pero también lo pueden hacer las decisiones de política monetaria, que al aumentar el dinero que circula en la economía, empuja los precios hacia arriba si la economía no crece a la par. Si el panorama es más sombrío, podemos volver a esa época difícil de los años 70 en EE.UU, cuando se hablaba de estanflación, es decir precios y desempleo por las nubes, y un crecimiento económico exangüe. 

Nuestro segundo actor es la tasa de cambio, o bien, esa relación que existe entre el símbolo de nuestro poder adquisitivo y aquel de otro país. Las monedas fuertes que todos conocen, el dólar (USD), euro (EUR) y el yen (JPY) son "fuertes" porque están respaldadas no solo por economías complejas y avanzadas, sino también por instituciones serias que envían señales de estabilidad a los mercados, con contadas excepciones. No hay momento más propicio para sentir el golpe de la tasa de cambio que en una transacción de tarjeta de crédito que usamos para comprar algo en moneda extranjera. La factura llega mucho más alta por los mismos dólares o yenes, todo porque los precios son, al fin y al cabo, relativos.

Entre estos dos actores hay una relación que va en dos sentidos. La tasa de cambio influencia la inflación y viceversa. Concentrémonos en el primer caso, que llamamos efecto pass-through en economía, pensando en una situación bastante típica: imagine que está construyendo una casa, pero buena parte de los materiales es importada. Si su moneda se deprecia, tendrá que destinar más de su moneda para importar los mismos productos. Luego, esos insumos serán mucho más caros en el mercado nacional, y así, la volatilidad de tasa de cambio se transmitirá parcialmente al nivel de precios. En la literatura científica hay evidencia para el efecto pass-through [1], con casos históricos notables, como lo fue el de México entre 1978 y 1995. Tanto la depreciación del peso mexicano como la inflación alcanzaron ca. 30%. Detrás de estas cifras hay una realidad clara: más empobrecimiento.

Que el ejemplo anterior venga de Latinoamérica, no nos debe sorprender, mucho menos en la situación actual. El panorama de gobiernos que llegan al poder gracias a narrativas populistas, enviando señales contradictorias y preocupantes, refleja una debilidad institucional importante. Del gobierno venezolano mejor no hablemos, pero Petro, su vecino en Colombia, dice que “los dólares de la cocaína” ya no llegan a Colombia, se quedan en México, y por eso la moneda se deprecia.  Fernández, en Argentina, no se queda atrás en el absurdo y culpa a los especuladores de la depreciación. A ambos presidentes los une, más allá del populismo y su carencia de tecnocracia, un deseo peligroso de controlar precios, algo que, en palabras de Schuettinger & Butler, no ha funcionado ni en 40 siglos. Si continúan estas narrativas, Latinoamérica difícilmente podrá aprovechar todo su potencial.

En medio de este panorama abigarrado y confuso, no podemos dejar de lado la variable que conecta a la inflación con la tasa de cambio. Me refiero a la tasa de interés, que ha venido en aumento para contrarrestar la inflación. Cuando la FED aumenta las tasas en EE.UU, el apetito por deuda soberana aumenta, y así mismo la demanda por dólares. Estas señales también se están viendo, así sea en menor medida, en Europa, con un flujo masivo hacia títulos de tesorería europeos y una respectiva demanda incrementada por el euro, que había caído por debajo del dólar en el 2022. Pensemos que, a inicios del 2023, la demanda de eurobonds (ca. 530.000 millones de euros) triplicó la oferta, mostrando un apetito enorme por deuda europea, situación que incluso se percibe en estos momentos en economías emergentes como Brasil y Colombia. 

Si sumamos el aumento de demanda por el euro con la entrada de Croacia en la Eurozona y la expectativa en unos años de que así lo harán Bulgaria y Rumania, también encontramos razones para hablar de un euro más fuerte. Esto, sin embargo, estará mediado por las expectativas geopolíticas en torno a la guerra que inició Putin. Un panorama con euro y dólar fuertes en el primer semestre del 2023 parece plausible si no entramos en recesión, así como parece plausible que la debilidad institucional de Latinoamérica difícilmente le permitirá dar grandes pasos en la apreciación de sus monedas, sin hablar de un inicio inflacionario en 2023 que tiene tintes de espiral. En medio del panorama difuso, sabemos con certeza que estas variables se moverán al vaivén de narrativas e incertidumbre.

*Profesor de Economía, Universidad Internacional de Ciencias Aplicadas de Berlín, Tecnológico de Monterrey  [email protected] / [email protected] 

Notas

[1] Ver Živković & Milenkovic (2021) para Europa o Thi Pharm et al. (2020) para países del ASEAN.