Más tranquilos pero "máis tristes"

Tras el paso de las llamas que calcinaron 1.400 hectáreas en Ribeira de Piquín, A Fonsagrada y Baleira, los vecinos vuelven a casa y miran con desolación un nuevo paisaje teñido de negro
Vecinos de Piñeira (A Fonsagrada) observan el panorama desde A Cortevella, donde los brigadistas continuaban trabajando para extinguir el incendio.  SEBAS SENANDE
photo_camera Vecinos de Piñeira (A Fonsagrada) observan el panorama desde A Cortevella, donde los brigadistas continuaban trabajando para extinguir el incendio. SEBAS SENANDE

El camino que lleva a las entrañas de A Marronda se hace entre laderas recién teñidas de negro y un intenso olor a quemado. Al fondo se ven fincas humeantes y entre los vecinos, rostros de impotencia. "Un pouco máis tranquilos estamos, pero tamén moito máis tristes", era el resumen que hacía este jueves Laura Cabo, una joven de Barangón, el día después del virulento incendio que arrasó todo a su paso por los municipios de Baleira, A Fonsagrada y Ribeira de Piquín. En total, 1.400 hectáreas que en menos de un día cambiaron el verde propio de esta estación por un paisaje carbonizado.

Desde el mirador de Francisco de Asís, en el área recreativa de A Cortevella, dos vecinos de la parroquia fonsagradina de Piñeira evaluaban el alcance del fuego que se iniciaba el martes a las 17.00 horas en Cabreira, en Cubilledo (Baleira). Antonio Fernández, de A Airexa, recordaba junto a su primo José Manuel como "a iso das dez eu estaba en Martín e non había nada de lume, pero en pouco tempo... Como se puxo isto! É unha pena", lamentaba mientras reconocía que "polo menos" las llamas no llegaron a las casas. "Na Airexa estivemos preto de ter que marchar, pero aínda así houbo veciños que ata as 4.00 estiveron atallando o lume con auga".

Un vecino de A Cortevella. SEBAS SENANDE
Un vecino de A Cortevella. SEBAS SENANDE

Muy cerca de los dos fonsagradinos, efectivos de una brigada de Becerreá se afanaban en apagar las tímidas llamas que amenazaban con seguir su camino. El equipo ya había llegado a la zona a las 9.00 y a mediodía las perspectivas eran buenas después de que el viento, el mismo que el miércoles avivó el incendio hasta convertirlo en colosal, amainase hasta permitir el regreso de los medios de extinción aéreos.

En A Cortevella, el panorama pasó en menos de 24 horas de ser "un inferno" a tornarse desolador. Las llamas "galopaban", en palabras del teniente de alcalde baleirés, Miguel Ángel Fernández, alimentadas "polas fieitas secas, as uces, que collen moita temperatura, os pinos e os eucaliptos", rodearon las casas y obligaron a que los seis vecinos tuvieran que irse con lo puesto y una idea en la cabeza: que al volver estaría "todo calcinado", dice Álvaro Pin.

Él, antes de marchar, dejó regados hórreos y viviendas aunque, asegura, "eu non lle vía salvación; que todo estea a salvo foi un milagre que ocorre unha vez de cada millón". Con todo, a las cinco de la madrugada, doce horas después de que las llamas se acercaran peligrosamente a la aldea, pudieron regresar y comprobar que el fuego acarició inmuebles y huertos sin llegar a provocar daños, que algunas carreteras hicieron de cortafuegos, no todas, y que aún quedan reductos intactos de especies frondosas.

Álvaro elogia además la labor de los vecinos para hacer frente a un fuego que también obligó a marcharse, como prevención, a los habitantes de Murias, Castañosín, Estremeiro y Barangón. En este último, la ribeirega Laura Cabo lo tiene claro: "Os medios sós, sen que arrimasen o ombro os veciños con cisternas e tractores, teriano moito máis difícil".

La joven, que estaba en Lugo, se enteró a las seis de la tarde y cuando quiso adentrarse en su aldea ya no pudo. Tuvo que dejar el coche en Piquín, "na primeira casa da aldea xa era todo fume, á beira dun alpendre caeu unha laparada e menos mal que eu pasaba por alí e puiden avisar, senón tamén tería pregado por alí", relataba este jueves sobre unos momentos en los que lo principal era "salvar o que puidésemos" y en los que el Concello contó con el apoyo de Meira y Pol, tal y como agradeció el alcalde Roberto Fernández, que además insistió en una demanda histórica: la de una motobomba para Ribeira de Piquín.

Enrique Pin. SEBAS SENANDE
Enrique Pin. SEBAS SENANDE

Un factor clave: "Os montes están sen limpar"

Laura dice que un incendio de esta magnitud no lo recuerda, como tampoco lo hace Enrique Pin, que en sus 88 años -62 viviendo en Barangón- "nunca vira unha cousa tal, era impoñente", dice apoyado en la puerta de su casa, a la que pudo volver ya por la noche. "O lume chegou rapidísimo, pero tamén se foi rápido cara a Outariz, pero alí dérono tornado", relata un hombre que no duda en hablar de uno de los factores claves a la hora de alimentar llamas: "Os montes están sen limpar".

A esa circunstancia, a las masivas plantaciones de pino y eucalipto y a la escasez de cortafuegos apuntan también en Murias, el lugar de la parroquia baleiresa de Martín que Kike Maceira, Diana Forero y su hijo Tomás escogieron hace tres años para asentarse. Allí abrieron hace un mes sus apartamentos turísticos, Ecos do Eo, y desde allí vieron también como el incendio se descontrolaba hasta llegar a las puertas de su hogar. "A la hora de comer apenas había humo, salí con el perro a dar un paseo y ya vi que se desmadraba. Avisé a emergencias y a los vecinos, hicimos las maletas y cogimos el coche para irnos", cuenta Kike, quien con su pareja agradece "el apoyo de la gente que nos acogió". "Llegamos a Baleira sin saber donde quedarnos hasta que la mujer del hostal Porta Santa nos dijo que nos podíamos quedar todo el tiempo que necesitáramos", añade Diana.

Diana, Kike y Tomás, en Murias. SEBAS SENANDE
Diana, Kike y Tomás, en Murias. SEBAS SENANDE

En Murias el viento, que dio un respiro este jueves por la mañana, resurgía con fuerza con el paso de las horas. Se miraba con preocupación por si el fuego volvía a prender. "E onde, se non quedou nada?", respondía un vecino mientras otros miran ya más allá de lo quemado y barajan una replantación que devuelva la vida al entorno de A Marronda.

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