Good bye, toque de queda

La de este sábado fue la primera noche que se alargó más allá de las 23.00 horas desde el pasado mes de octubre. En total, los lucenses se ajustaron a diez meses de restricciones horarias desde el inicio del estado de alarma, un tiempo lleno de anécdotas, infracciones y, en contra de lo que puede parecer, con algún aspecto positivo.

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photo_camera Lucenses disfrutando el sábado de la ampliación de horarios. XESÚS PONTE

Diez meses de estado de alarma —en dos periodos— son un tiempo suficiente para normalizar lo excepcional. Para mirar la hora y saber que solo quedan diez minutos antes de las 23.00 para llegar rápido a casa. Tan inimaginable hace años resultaba esta privación del derecho a la libre circulación que el Gobierno, al establecerla el pasado 25 de octubre, quiso llamarle "restricción de la movilidad nocturna". Sin embargo, el toque de queda se asumió, y sin eufemismos hoy se puede decir que ya ha terminado, aunque haya sido, pese a su extrañeza, lo menos grave, tal vez, de estos tiempos pandémicos. 

La noche de este sábado fue la primera que se alargó después de varios meses en la ciudad lucense y en tantas otras villas y aldeas de la provincia. 

Queda de esta etapa la memoria de un Lugo que nunca se había acostado tan temprano, con un silencio que no se le acababa de ajustar. Conviene recordar que ninguno de los relojes visibles de la capital están en hora, pero en este tiempo era dar las 22.00 o las 23.00 y las calles ya solamente pertenecían a los repartidores de Glovo de un lado a otro, a los pizzeros rezagados, a los sonidos de la televisión de la ventana siempre abierta de la Praza da Soidade, al miedo un poco más grande, y ya. 

En la capital y en toda la provincia hubo quienes se saltaron la norma, a veces por una más comprensible necesidad de acortar la noche, y la soledad que la acompaña, yendo a echar diez euros de gasolina a las 22.55. Otras veces, sin mesura, con multas por llegar a estar en dos fiestas en esas horas prohibidas, y con todo tipo de excusas rocambolescas, que para el ingenio no hay hora. 

Sin embargo, quienes limpian la ciudad no echan de menos el rastro de la presencia humana, sobre todo el de la masculina, al parecer más dada a marcar territorio con todo tipo de secreciones. También son más tranquilos los fines de semana en las urgencias sanitarias, sin las fatigas de comilonas y borracheras. No todo es malo para todos. Pero este sábado fue día de decir adiós con la esperanza de que esta vez sea la definitiva.



Nuria Díaz, trabajadora de la gasolinera Rosaleira de Sarria: "Se escaqueaban para echar 10 euros de gasóleo o por un café"

Nuria Díaz. PORTO

La estación de servicio Rosaleira-Cepsa de Sarria percibió con el estado de alarma y el toque de queda un descenso en las ventas de combustible, pero un incremento en la cafetería y la tienda, cuenta una de las trabajadoras de la gasolinera, Nuria Díaz. "Nos ayudaron mucho, vendías menos litros de gasolina y gasóleo pero compensabas con el resto", dice. 

"Cuando los bares estuvieron cerrados o tenían que cerrar antes la gente venía por café, refrescos o lo que fuera. No salías de la cafetera", añade la joven. En el primer estado de alarma llegaron a tener colas "hasta la puerta" del negocio y ya a gente esperando cuando abrían la estación de servicio. 

En cuanto al cumplimiento del toque de queda, la trabajadora afirma que "escaqueos siempre hubo", como clientes que iban a "por un café a última hora" o a "echar diez euros de gasóleo y pedían el tique por si los paraba la policía". "La gente buscaba excusas para salir de casa a última hora. A las diez y media de la noche venían a buscar un café (decían que no sabe igual que el casa), pan o lo que fuera", afirma. 

El estado de alarma llevó, dice, a un descenso en las ventas de combustible, pero subieron en la cafetería

Percibe que "en los últimos días ya no se respetó" el toque de queda, pues al cerrar la gasolinera, dice, se encontraban con "bastantes coches", cuando antes no, y "no todos podían salir de trabajar". "Hasta las once de la noche venía gente, cuando a esa hora había que estar en casa", señala. 

La trabajadora considera que el levantamiento del toque de queda no va a influir en la estación de servicio, únicamente cree que puede bajar la venta de bebidas porque "abren más tiempo los bares, el resto no nos influye". "Aquí solo se estuvo muy mal los quince días del primer estado de alarma en el que cerró la construcción y todo, después se fue trabajando, siempre tuvimos gente, medio pueblo estaba vacío pero aquí había gente", asegura. 

De aquel primer estado de alarma cuenta que cerraban a las nueve de la noche y los vecinos "lo cumplían bastante bien, no se veía a nadie en la calle, raro era ver a una persona incumpliendo" las restricciones. De entonces recuerda el "miedo" de clientes, ya que algunos "te abrían un poco la ventanilla y te tiraban el billete por encima del coche para no dártelo a la mano, también había al que le daba igual todo, ni medidas de seguridad ni nada". Ahora estas situaciones ya no se dan. 

Al principio todos estaban "desconcertados" y se queja de que las administraciones públicas no se acordaran entonces de los trabajadores de las gasolineras porque "estás con gente y, por ejemplo, tienes que coger la llave del depósito, que muchos no saben abrir".



Marco A. Paraños, taxista de Viveiro: "A ver se recuperamos porque perdemos o 80% dos ingresos"

Marco A. Paraños. EP

"Eu penso que agora poderemos remontar algo co verán e fainos falta porque estabamos nunha situación desesperada. Os ingresos caéronnos, en xeral, o 80 por cento". Así explica la situación del gremio de los taxistas Marco Paraños, de la localidad viveirense de Celeiro, que admite sin titubear que se vio al borde mismo de la desaparición. 

Lo explica diciendo que hay que tener en cuenta que una gran parte de la actividad que a ellos les reportaban ingresos era la que se derivaba de los vuelos del Aeropuerto Central de Asturias, en Avilés. "Para nós iso era moi importante porque xeraba moito movemento" que espera ir recuperando a partir de ahora con el fin del estado de alarma. 

No fue lo único, porque indica que "foi desaparecendo o traballo en sitios que nos daban movemento, como o descenso de actividade no hospital, en Capitanía Marítima en Burela, ou tamén todo o derivado do ocio nocturno ou comidas, que xeraban viaxes de non moito importe, pero bastante continuos". 

La vuelta de cierta normalidad reactivará sectores clave para su gremio que se encontraban casi a cero

Además se queja de que una situación como esta la tuvieron que afrontar "sin ningún tipo de axudas". Esto, dice, les complicó muchísimo conseguir sobrevivir a una situación que se prolongó mucho más tiempo del que tenían pensado de inicio, porque admite que nunca creyeron que este parón se prolongase durante tanto tiempo. 

Con todo, ahora se muestra moderadamente optimista porque cree que "nos vai axudar o incremento horario da hostalería, que xenera movemento que a nós nos vai vir moi ben". 

También recuerda épocas concretas que generaban mucho trabajo en poco tiempo como la Semana Santa o el Resu "que durante uns días eran épocas de moitísimo traballo e che solucionaban unha parte importante dos meses". Eso espera que con el tiempo se pueda ir recuperando porque se queja especialmente "de que a nós deixáronnos seguir traballando pero claro, non servía de nada porque a realidade era que non había ningún tipo de traballo, non había clientela, así que foi unha época moi dura".


 

Karina Pasarín, enfermera de Urgencias del Hula: "Tenemos mucho miedo a esta vuelta a la normalidad"

Karina Pasarín. XESÚS PONTE

Karina Pasarín tiene sentimientos encontrados ante el levantamiento del estado de alarma y la consiguiente desaparición de medidas como el toque de queda o los cierres perimetrales. Por un lado, como atleta, mujer viajera y madre de cuatro hijos agradece que todos recuperemos cierta posibilidad de movernos y de socializar. Por otro, como enfermera de Urgencias, se pone alerta. 

Reconoce que, en el servicio, tienen "mucho miedo a esta vuelta a la normalidad" porque perciben que en la población hay muchas expectación, ansia por restaurar costumbres perdidas desde el principio de la pandemia. "Creo que no va a haber medida, ves a la gente con ganas de salir, de viajar, de volver a lo que había antes aunque no pueda ser lo que había antes", señala. 

Una sanitaria de un servicio así ve cómo cada fase de la pandemia y las medidas restrictivas con las que se ha intentado paliar sus efectos afecta a su trabajo directamente. En los comienzos, con el confinamiento inicial hubo un descenso de actividad asombroso. "No venían pacientes por miedo, era un bajón realmente llamativo, y te dabas cuenta de que cuando lo hacían llegaban ya muy malitos", explica. 

El servicio recuperó volumen de pacientes desde el pasado octubre pero las noches fueron tranquilas

Karina vivió el primer día de confinamiento de guardia en el hospital, el 16 de marzo de 2020, el día de su cumpleaños. Le tocó estar en triaje y al servicio llegó un paciente con covid, el primer caso que vio y con el que se activó un protocolo ahora muy cambiado. 

Con el levantamiento del confinamiento, Urgencias empezó a recuperar su pulso, pero, debido a medidas como el toque de queda, con cambios. "Antes venía de todo y a cualquier hora, pero con la pandemia las noches son más tranquilas. Hay menos intoxicaciones etílicas y peleas. Casi no hay tráficos, yo llevo meses sin ver uno. La gente bebe menos y se mueve menos. Supongo que esto cambiará a partir de este fin de semana", apunta. 

Tiene la sensación de que ha mejorado la patología cardíaca, que el hecho de tener más limitadas las actividades de ocio ha ayudado a muchos a decantarse por hábitos más saludables. "Ya no se tiene la posibilidad de ir de comilonas o de cenas. Me imagino que tiene que ser por eso, que puede que hayan empezado a hacer más ejercicio o que simplemente si estás acostumbrado a ir cada semana a cenar y a tomar unas copas y ahora no lo puedes hacer se note", apunta. 

La principal diferencia la percibe las noches de los fines de semana. "Las del último año comparado con lo de antes han sido una balsa de aceite", admite.


 

Javier y Rubén, policías locales en Lugo: "Venía de Mieres con la excusa de la ITV"

Javier y Rubén. XESÚS PONTE

Ser policía te enseña bastante de la condición humana y Rubén y Javier han visto el lado responsable de la gente, pero también el esperpéntico, aunque ellos, adeptos al lenguaje formal, ahorran el adjetivo. Son policías locales en Lugo y, a la hora de hacer memoria, lo primero que le viene a la cabeza a Javier es el día que paró en un control en O Ceao a un conductor y descubrió que venía de Mieres con la excusa de que tenía que pasar la ITV. 

"Estábamos en un momento de cierre perimetral de la ciudad, hay cinco o seis estaciones donde pasar la ITV entre Mieres y Lugo y el señor, de mediana edad, intentaba escudarse en que alguien le había dicho que podía entrar en Lugo para hacer la ITV". 

Los agentes llegaron a ordenar dar media vuelta a personas que trataban de entrar en Lugo con argumentos absurdos y se toparon con disculpas burdas para las fiestas prohibidas

Javier y Rubén han trabajado juntos desde el inicio de la pandemia, cuando la Policía Local se organizó en equipos estables para prevenir contagios, así que han vivido muchas juntos durante estos meses. Ambos recuerdan el día que tuvieron que mandar de vuelta a Vilalba, no sin multa previa, a tres personas, de tres nacionalidades diferentes, que viajaban en el mismo coche con remolque e intentaban entrar en Lugo con la excusa de que iban al Hula porque uno era sospechoso de tener covid. Pese a los síntomas de la enfermedad, iban los tres sin mascarilla y entraban a la ciudad por O Ceao, que no es la salida que cogería nadie si realmente fuera al hospital, remarcan. Su justificación es que de paso tenían que ir a buscar unas piezas para el remolque. 

Los agentes, que a estas alturas ya conocen todos los coches que durante el estado de alarma estaban autorizados a transitar por la noche en Lugo, se han topado en estos meses con todo tipo de situaciones: gente que a las cuatro de la madrugada quiere justificar su presencia en la calle alegando que tiene que ir a cuidar a un familiar o asegurando que va o viene de Garabolos desde la farmacia de Ramón Ferreiro, eso sí: sin medicamentos ni justificación y, a veces, sin mascarilla siquiera. 

No han parado tampoco de intervenir en fiestas y se han topado con todo tipo de disculpas, pero la más común era el alegato de que todos vivían en la casa, aunque el DNI los desmintiera. Hay personas a las que encontraron en dos fiestas en una sola noche.


 

Miguel Ángel Fernández Cuñarro, barrendero en Chantada: "O volume de lixo medrou nas aldeas"

Miguel Ángel Fernández, en Chantada. MIGUEL PIÑEIRO

Los barrenderos son de los que no han parado en ningún momento durante la pandemia. Su labor permaneció inalterable, dejando las calles impolutas y preparando los contenedores para la jornada siguiente. La escasa actividad externa no hizo más que cambiar el tipo de desperdicios que estos profesionales de la limpieza —cuyas jornadas suelen ser más largas y duras cuanto mayor es la diversión del resto— se encontraban en su día a día. 

A Miguel Ángel Fernández Cuñarro, barrendero en Chantada, le llamó la atención la ausencia de colillas, normalmente muy presentes, en el suelo. En cambio, cuando se prohibió la consumición en los bares y solo se permitía servir para llevar, las papeleras del centro aparecían infestadas de vasos de papel, lo que hasta la fecha era muy extraño de ver en una villa donde casi todo el mundo, aunque tenga que beberse el café deprisa y corriendo, prefiere salir del establecimiento ya saciado. 

Sin embargo, el mayor cambio para los barrenderos chantadeses estuvo en el rural. "Nas aldeas houbo un volume de lixo maior. A algúns sitios tiñamos que ir recoller dúas veces á semana, cando antes da pandemia só íamos unha", relata. 

Los cierres y confinamientos hicieron que mucha gente se marchase del casco urbano para instalarse en el rural, donde hubo que recoger basura dos veces a la semana en lugar de una

Muchos chantadeses apostaron por instalarse fuera del casco urbano a pasar los duros meses de confinamiento. "Ata houbo casas deshabitadas que se ocuparon na pandemia e xeraron lixo", indica el barrendero consultado. 

El peor momento fue, sin duda, al principio, cuando la incertidumbre y el temor al virus provocaron curiosas estampas en Chantada. "Atopámonos moitas veces con bolsas de lixo fóra dos colectores e eu creo que era por medo a contaxiarse ao tocar as tapas", apunta Fernández Cuñarro, quien añade que esta circunstancia supuso la proliferación de animales, sobre todo gatos callejeros, en el entorno de los contenedores. 

El estado de alarma y el toque de queda se acaban, pero no la faena de los barrenderos, un sector tan silencioso como imprescindible que tampoco deja atrás su sensación de que han sido los grandes olvidados. "Non estamos en ningún plan de vacinación, nin nos fixeron cribados malia estar en primeira liña e cando emitiron unha moeda especial cos sectores esenciais esquecéronnos", lamenta Miguel Ángel Fernández.

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