El zahorí de Soutomerille

El empresario vallisoletano Francisco Pino compró en Castroverde, a los pies del Camino Primitivo, una finca llena de zarzas que limpió hasta descubrir el lago que escondía
Fernando Pino, ante la finca que compró. ADRA PALLÓN
photo_camera Fernando Pino, ante la finca que compró. ADRA PALLÓN

TODO EL MUNDO busca algo, y cuando deja de buscarlo, muere. Eso dice Fernando Pino mientras enseña cómo corre el agua por Soutomerille, en Castroverde. Eso fue lo que él buscó, el agua. No solo porque en Valladolid, la tierra en la que nació y creció como empresario, no abunda, sino porque augura esa escasez extendida mucho más allá de lo que quisiese imaginar. "Es que esta especie humana es terrible, ¿no crees? Algo tan baladí como un coche, cuando nos lo prestan lo devolvemos en perfecto estado. Sin embargo, mira lo que hacemos con la tierra, que también nos da todo de prestado", cuenta, pensando en ese futuro negro "como no cambiemos".

Después de visitar distintos lugares por todo el Estado durante varios años, un corredor de fincas le habló de este. "Me dijo que tenía un lago, pero era imposible verlo. Estaba lleno de zarzas y xestas, como le llamáis aquí", dice. "Comprarla fue un acto de fe", añade. Eso fue hace ya tres años, pero Pino solamente consiguió los permisos para empezar a limpiarla hace tres meses. Su ubicación, a los pies del Camino Primitivo y a las orillas de un río, requirió los permisos de Patrimonio y de la Confederación Hidrográfica. Y sí, el lago finalmente está ahí, desnudo y desordenado como quien acaba de nacer.

Pero, agua, ¿por qué? A Francisco Pino no le gustan las respuestas rápidas, sino caminar un poco antes de decir la última palabra. Tal vez, por el medio, recitar un poema, un poema negro de Espronceda, sus favoritos. Solo entonces recordar esa otra cuestión que le dijo el corredor de fincas: "Yo no vendo negocio, vendo salud", comenta.

En este territorio, Pino proyecta también la puesta en marcha de una ganadería extensiva de raza rubia gallega

A Francisco los negocios ya le van bien, y por eso lo que busca aquí es otra cosa. Su idea es la de montar una ganadería de rubia gallega en extensivo, pero sobre todo, "socializar". Sí, este zahorí vallisoletano también viene a Galicia en busca de conversación, de horas lentas al borde del Camino Primitivo que pueda pasar hablando de lo divino y de lo humano con los peregrinos y hacer realidad el verso que él mismo cita de Machado: "Al borde del sendero un día nos sentamos". Después, irse a su casa y mirar cómo el lago, ya despejado, ya con sombra de fresnos y castaños, aloja nuevas especies de aves, o más garzas grises como la pareja que se ha dejado ver últimamente. En cierta manera, quiere dejar las cosas más bonitas de lo que las encontró. No tocar ni uno de los robles que crecen en la zona y convertir lo que hoy es arenoso en un lugar más verde.

La finca en la que halló, cual zahorí, su bien tran preciado consta de varias edificaciones —una de ellas un pazo edificado probablemente en el siglo XVIII—, que también está rehabilitando. Mientras el arreglo no termina, vive en una casa de alquiler a pocos kilómetros.

Cuando finalicen las obras, su idea es hacer de este lugar su residencia, aunque no sea de forma permanente, pues sus negocios, relacionados con la automoción, están sobre todo en Valladolid. Una de las casas, según cuenta, sería para una pareja, que se encargaría de cuidar de la finca. Otra, para él, su mujer, sus hijos y sus nietos, que en todo momento le han apoyado con esta aventura. "La familia siempre ha sido la llave de mi éxito", dice, él que recuerda haber empezado a trabajar a los 15 años.

Para su familia también es este lugar. Para el futuro. Eso es lo que algún día le gustaría dejarles: agua, un proyecto relacionado con el sector primario —"que es de lo que vamos a vivir, no hay otra", dice— y en el que "la huella de carbono será mínima", indica. "El tiempo sólo es tardanza/ De lo que está por venir", recita, evocando el poema sobre el gaucho Martín Fierro de José Hernández. A sus casi 64 años, lo que sigue importando para él es el futuro, ese "brindis al sol" que no sabe cómo acabará, aunque espera que agua nunca le falte.

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