Ramón Nicolás Soler

El álbum de los lucenses

El banquero que quiso conservar la muralla

Ramon_Nicolas_Soler_CROMO

El Progreso 01/12/19

RAMÓN NICOLÁS SOLER y Noriega (Ferrol, 1843) era ferrolano, pero durante sesenta y dos años de su vida fue vecino de Lugo, por lo que bien le acopla figurar entre lucenses, no solo por el tiempo pasado en la ciudad, sino por lo mucho y variado de su contribución a la historia de la misma.

Cuando tiene 17 años, en 1860, ya se ha trasladado a tierras lucenses, donde se convierte en contratista de obras con el éxito suficiente como para que en 1879, cuando se sacan a subasta pública las obras de las torres de la fachada principal de la catedral, le sean adjudicadas a él, que por aquella época está enfrascado en levantar la casa Hospicio, a las afueras de Lugo. 

La obra de la catedral se inicia en abril de ese año según las reformas de Nemesio Cobreros al proyecto neoclasicista que diseña un siglo antes el conquense Julián Sánchez Bort, autor también de la concatedral de San Julián de Ferrol. 

Soler es accionista del Teatro Jofre, inaugurado en 1892, y en el 93 figura como depositario del capital de garantías en Lugo, del Seguro Especial de Quintas y de la Sociedad “La Esperanza”. En diciembre de ese año se organizan en la ciudad unas carreras de velocípedos con objeto de recaudar fondos con los que socorrer a los soldados heridos en África. Forma parte del jurado su hijo Ramón Soler Zubiri.

El 17 de septiembre de 1893 se constituye la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, y don Ramón Nicolás es elegido su primer presidente, aunque solo va a permanecer un año en el cargo. Durante su mandato se pone la primera piedra para celebrar la Exposición Regional de 1896, de cuyo Comité Ejecutivo forma parte como vocal.

Pero su actividad empresarial no cesa. Ya es presidente de la Banca Soler, en Reina 3, y propietario de la fábrica de la luz eléctrica de Lugo. También este año presenta una proposición para la subasta del ferrocarril del Ferrol a Betanzos, cuya adjudicación no logra. En octubre de 1897 anuncia la venta de sus acciones en la Sociedad Alumbrado Eléctrico de Lugo y al siguiente promueve la suscripción nacional para el fomento de la marina y gastos de la guerra. 

En esta época hay que referirse a la debatida cuestión sobre si Ramón Nicolás Soler fue o no el primer propietario de un coche en Lugo. Sus detractores afirman que no, pues al Weyher del señor Soler le corresponde la matrícula LU-5 en 1905, por lo que efectivamente hubo cuatro propietarios anteriores, encabezados por Ramón Alvarado y Osorio, dueño del LU-1 de 1904. Lo que pasa es que Soler tuvo antes un Daimler de bencina, fabricado en Cannstatt, y con él realiza viajes por Galicia que quedan plasmados en la prensa.

En esos años quizás no habría llegado a Galicia ningún motor de gasolina y además, en España los vehículos no se matriculan hasta 1900, factores que juegan a favor de que Soler sea realmente el primer chauffeur, o el segundo.

Sí se puede decir con exactitud que el 4 de junio de 1898, varias cabeceras se hacen eco de que a las dos de la tarde de ese día llega a Ferrol “por la vía terrestre, utilizando un curioso coche automóvil construido por la casa Daimler”. Dan detalles. Sale de Lugo a las cinco de la mañana y llega a la ciudad departamental a las dos de la tarde, es decir, nueve horas. “El acabado vehículo, que se halla alimentado con bencina, anda 22 kilómetros por hora. Tanto el Sr. Soler como cuantos han viajado en el citado coche automóvil, hacen grandes elogios de la casa constructora, por sus inmejorables resultados. Mañana regresara a Lugo el citado banquero”. 

Gottlieb Wilhelm Daimler es el padre de Merceditas cuyo nombre bautiza a los futuros Mercedes-Benz, fusión de los Daimler _ transformado en el nombre de su hija _, con Benz & Cie. Un año después, sale de Santiago a las seis y cuarto de la mañana y llega a Lugo a las doce, “según telegrama que dirigió a un amigo suyo que se halla en esta ciudad”. Ha rebajado ya tres horas en un recorrido de unos cien km. No está nada mal.

Los coches de Soler _ no se sabe si el primero, o los dos _, provocan la admiración de los lucenses y se encaraman a la posteridad en dos coplillas populares. Una dice:

    Todos los domingos
    y fiestas de guardar
    sale en su automóvil
    don Nicolás.

    Y la otra, que recordaba con exactitud Fole, se pregunta:

    ¿Qué es ese ruido
    tan particular?
    Es el automóvil
    de don Nicolás.

Entonces interviene en las gestiones para instalar una fábrica de remolacha en Galicia que finalmente se ubica en Portas, cerca de Caldas de Reis, y que tiene una efímera existencia de apenas tres años (1901-1903). En julio de 1900, en calidad de representante de la Compañía Arrendataria de Tabacos y Banquero, es designado miembro de la comisión correspondiente a Lugo, para el Congreso Social y Económico hispano-americano. 

Uno de sus más graves tropiezos _ sufre varios a lo largo de su vida _, arranca el 11 de septiembre de 1901, cuando constituye una sociedad mercantil con Francisco Peu Gutiérrez, con el nombre “Francisco Peu y Compañía”. Tiempo después demandará a Peu por estafa. También se le sigue la pista en permisos de minas y aprovechamientos de aguas para producción eléctrica en más de una ocasión.

Una curiosidad, sus hijos Ramón y Nicolás rescatan un cadáver del Miño en septiembre de 1903. Pero quizás el aspecto menos conocido del primer presidente de la Cámara de Comercio de Lugo sea su participación en la polémica surgida el año 1905, en torno a si debe demolerse o no la muralla, un debate que se repetirá en los años veinte e incluso más adelante. Todo comienza con dos derrumbes cercanos en el tiempo.

El Regional escribe: “Nada hay eterno bajo el cielo, y la muralla, por muy romana que sea, no es eterna tampoco”. La cuestión, dice esa cabecera lucense, debe someterse a plebiscito, como el Brexit, y que se haga lo que decida la mayoría. ¡Horror! ¿Y si sale que sí, que debe ser derruida? Hay que cosas que es mejor no preguntarlas, porque la mayoría, por muy democrática que sea, puede carecer de criterio según para qué decisiones.

El mencionado diario hace este planteamiento:

“Un hermoso paseo, una obra monumental!... Es verdad. Pero se desmorona, se derrumba día por día, por sus pasos contados... También es verdad. ¿Qué debe hacerse? ¿Conservarla? ¿Dejarla que se deshaga ella sola y poco a poco?

Partidarios tienen las dos soluciones. El espectáculo que ofrece la vista de Lugo desde el Seminario, recién abierta la puerta del Obispo Aguirre presentábanlo los partidarios de la demolición como irrebatible argumento en favor de sus pretensiones. En cambio, los enamorados de la tradición, los partidarios de las piedras viejas, pretenden que la muralla sea declarada monumento nacional, intangible e inviolable y que la conservación corra a cargo del Estado. 

Entre unos y otros se encontraba _ y se encuentra _, gran golpe de gentes que no se entusiasman con la muralla, pero que tiemblan en cambio al pensar dónde han de ser arrojados los escombros el día que empiece a derribarse.

A estos últimos arguyen los primeros que el derribo no es cosa de un día, ni de un año, no de media docena de años y que en ese tiempo ya se iría viendo lo que se haría de los pedruscos que la rapacidad de los hombres y la violencia de los vientos respetasen.
Pero bueno. ¡No es ese el punto a donde vamos nosotros a parar! ¿Se conserva la muralla? ¡Pues consérvese! Pero hágase esto como debe hacerse, impídase la construcción de edificios adosados a ella, castíguese con mano dura y rigor ejemplar la menor excavación que en sus cubos se haga, gasténse buenos miles de pesetas en su conservación un año y otro año, aun a trueque de que una conservación bien entendida venga a resultarnos otro Cuartel de las Mercedes, ponemos por caso. Todo será preferible a ver amenazadas un día y otro las vidas de centenares de convecinos nuestros que viven teniendo a su frente espléndidos horizontes y a sus espaldas los negros cubos de la muralla.

Todo menos eso. Consentir que los cubos de la muralla se vayan socavando es un crimen, no de lesa arqueología, sino de humanidad. Para nosotros todos los primores arqueológicos no valen lo que la vida de uno solo de nuestros ciudadanos. Por eso creemos que de poner mano en la muralla, debe ponerse con sabia dirección, con firme propósito de remediar los vejámenes de siglos y siglos... Remendar la muralla es no hacer nada. Ayer en la Ronda de la Coruña, ahora en la de Castilla, mañana en cualquier otro punto, ello es que la muralla es un peligro para las construcciones adosadas a ella.

Muchos de sus cubos están declarados ruinosos. Algunos de ellos _ basta mirarlos a simple vista _, se conservan en pie por milagro y esta zozobra, esta angustia, no debe durar un día más. Si no queremos aprovechar las enseñanzas que se desprenden de esos avisos, caiga la responsabilidad sobre quien deba caer, Pero no olvidemos que en casa vieja, todo son goteras y cuantos remiendos se le hagan será solo aplazar su derrumbamiento.

El problema queda planteado en estos términos: 

¿Debe de desaparecer la muralla por el peligro que representa para centenares de vidas, o debe de conservarse a toda costa, aun a trueque de arruinar más de lo que que están las arcas municipales?

Nosotros creemos que en este asunto deben tomar cartas activamente todos los vecinos amenazados, todos los que viven alrededor de la muralla y promover un verdadero plebiscito para exigir al Ayuntamiento lo que el mayor número de ellos demande, que será siempre lo mejor seguramente. 

Nada hay eterno bajo el cielo, y la muralla, por muy romana que sea, no es eterna tampoco. Bien claro nos lo dicen los derrumbamientos recientes.

Nosotros no queremos ir en contra de los partidarios de una ni de otra solución, Creemos que lo que la mayoría acuerde, será lo mejor. Pero creemos también que va siendo hora de pensar en una solución radical, definitiva, lastime a quien lastime, o cueste lo que costare.

Todo antes que tener que registrar una noche de luto como pudo serlo la del sábado”.

La Idea Moderna es partidaria de demoler, en contra de “los entusiastas admiradores de esa mole de cal y piedra”. El núcleo duro de los conservacionistas se parapeta en las columnas del periódico más conservador en esos momentos, El Norte de Galicia.

Emilio Tapia Rivas logra que los defensores de la muralla tengan nombres y apellidos al lado de artículos defensores del monumento. Germán Vázquez de Parga de la Riva, presidente de la Diputación, el abogado José María Montenegro y Soto, el arquitecto Nemesio Cobreros y Cuevillas y nuestro protagonista, Ramón Nicolás Soler Noriega, que dice entre otras cosas: “En esta cuestión se ve perfectamente claro el interés ruin y mezquino de unos pocos propietarios que sin duda no repararían en derribar, no ya la muralla, sino toda la ciudad si con ello les fuese provecho. Como vecino de Lugo hago mi solemne protesta contra tal atentado que se pretende y como V. en ese periódico pide que alcen su voz los amantes de este pueblo, pido yo a todos mis convecinos que no se dejen arrastrar por supercherías de unos cuantos egoístas, que por beneficio propio quieren destruir ese monumento, cuya conservación representa el trabajo de las generaciones que se han sucedido durante dos mil años, para que otras generaciones venideras no maldigan a la presente, añadiéndole el calificativo de bárbara demoledora”.

Ya sabemos quién ganó, aunque la decisión de reconstruir la parte derribada se demora hasta agosto de 1906.

Ramón Nicolás Soler y Noriega fallece la noche del 3 de diciembre de 1922. En sus negocios, dice El Progreso, sufre alternativas, “luchando con honradez en los momentos difíciles y acreditando gran temple de ánimo, tanto en las adversidades como en los triunfos”. Le sobreviven sus hijos Ramón, José, Nicolás, Fernando, Ana, Emilia, María y Carmen Soler Zubiri.

Más en Álbum de los lucenses
Comentarios