Nicomedes Pastor Díaz

Pastor Díaz y los juegos con palabras

El poeta y político de Viveiro cumpliría hoy 208 años

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El Progreso 15/09/19

NICOMEDES PASTOR DÍAZ (Viveiro, 1811), es uno de esos personajes que no se avienen con las hechuras de un artículo  y tienden a libro. Y escritos ya unos cuantos sobre él, poco margen nos queda a los siguientes, salvo deslizarnos por las cómodas veredas de la anécdota, cuando no por las del corta y pega.

En el centenario de Nicomedes Pastor, un 15 de septiembre como hoy de 1911,  El Eco de Galicia se queja de que nadie se acuerde ya de él, aunque su ciudad se prepara para celebrar la efemérides “con sus mejores galas”, topicazo dó los haya para decir que se cuelgan banderolas de las farolas.

Nadie puede negar que Viveiro se acuerda de Nicomedes, ni que Lugo también lo hace, aunque sea a base de repetir su nombre para moverse en la geografía urbana. Pero sí podrá dudarse de que se le tenga por uno de los grandes, tanto dentro como fuera.

Lo hizo ver Francisco Leal Insua. Y cómo no, Cunqueiro. Lo hicieron ver, más cerca, Silvia Castro García, María Pilar García Negro, Amelia Sánchez, Goretti Sanmartín y Jesús Blanco, ganadores del “Ánxel Fole” sobre Nicomedes, pero quizá falte quien se atreva a verlo suficientemente gallego como para merecer el Día das Letras, o parafernalia semejante, para sus églogas y alboradas.

Quizá pesen demasiado los títulos de gobernador, diputado, senador, embajador y ministro, aunque detrás de cada uno haya de colgarse el cartel de honrado.

Mago del color y de la línea, Galicia está en la obra de Nicomedes Pastor de la misma forma que está en la de Valle Inclán, sumergida, patente y floreciente. Y quien no se la vea, San Pedro se la bendiga.

Y ahora, la prometida anécdota. 

En el año 1848, cuando cuenta 37 y es rector de la Universidad de Madrid, los estudiantes de Derecho se reúnen todos los sábados en la capilla de San Isidro y allí celebran una especie de justa  basada en las discusiones bizantinas con objeto de afilar las lenguas y espabilar los intelectos para tenerlos a punto cuando se trate de batirse el cobre en estrados. Un entretenimiento de probada utilidad caído en desuso como todo lo sensato.

Un alumno pronuncia un discurso sobre el tema que sea y otros dos le rebaten con objeciones, bien entendido que el catedrático señala previamente a cada uno la postura desde la cual ha de manifestarse.

Un sábado coinciden allí  Emilio Castelar, Cánovas del Castillo y Alcalá Galiano, también Emilio.

La exposición de ese día es ¿Cuál  de  las  religiones  conocidas  favorece   más   la   inspiración   poética?

Alcalá   Galiano debe mantener la superioridad del paganismo, y Castelar, la del   cristianismo.

_ ¿Y yo,  cuál? _ pregunta  Cánovas.

_ La del ateísmo _, se le asigna, aceptada a regañadientes por el hombre.

La sesión fue memorable. Alcalá asombra por sus conocimientos. Castelar convierte en creyentes a los más reacios y Cánovas parece   salido directamente de las zahúrdas de Diderot.

Al final el rector, o sea, Nicomedes Pastor, les dirige estas predicciones:

_ Señor Cánovas,    usted    será    un gran orador político. Señor  Alcalá Galiano, usted será un  gran orador forense. Señor Castelar, hágase usted cura y será el primer orador sagrado de este siglo.

El gallego de noble enjundia, como le llama en verso el Duque de Rivas, ya era un fervoroso practicante del juego de la quincena, más conocido hoy como el del personaje misterioso, mediante preguntas de sí o no.
 

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