María Alvarado Osorio

María Alvarado, oratorio privado y salón eclesiástico

El incendio de su casa, cuando ésta ya había fallecido, fue de gran impacto ciudadano 

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El Progreso 13/04/2021
 
EL INCENDIO DEL domingo en O Ceao trae a la memoria otros que en su día conmueven la ciudad. Uno de ellos, el de la casa de María Alvarado Osorio (Lugo, 1869), al fondo de la que entonces era Plaza de España, causa enorme impacto entre los lucenses y cumple el próximo mes los 55 años de su ocurrencia. La actual reconstrucción del edificio sirve de sede a Abanca.

María es hija de Ramón María Alvarado Losada, el señor de las Cinco Capillas, y de Nicolasa Osorio Pardo de Aguiar. En ella se concentran numerosos bienes de la familia.
Se casa con el capitán Julián Barrio Lías, fallecido a los 25 años, uno después de tener a la única hija en común, Maria Barrio Alvarado, que vivirá toda su vida al lado de la madre y que tras el incendio será religiosa seglar hasta morir en 1995. Ambas reposan en una de las capillas del ábside de San Pedro.

El estro popular empareja su apellido para que rime con “contrabandea cocho salado”, pero su vida discurre sin embargo entre dos polos unívocos, la administración de su fortuna y las prácticas religiosas.

Desde que enviuda, María y su hija se desplazan varias veces al año a alguna de sus propiedades; léase el pazo de Tumbiadoiro, en Sarria, la casa de Papoi, en Calde; la casa de los Díaz de Páramo, en Portomarín; Córneas, Baleira, As Ermidas de Ourense, Rubián o Verín, provenientes de diversas herencias. Van a casas de familiares y viajan a Santiago, a Madrid y a las exposiciones de 1929, la Internacional de Barcelona y la Iberoamericana de Sevilla.

Su hogar va a constituirse en una especie de segundo obispado _ cerca estaba del primero _, donde se cuecen asuntos de variada índole dentro de las competencias a medio camino entre la iglesia y la sociedad, como escenifica su hija en los últimos 30 años.

Allí dispone de un oratorio privado donde se oficia misa y donde se dirán las primeras cuando muera. Allí celebra, casi a diario, reuniones de su saloncito eclesiástico, a imagen de los salones literarios de otras damas, pero de temática más elevada.

Colabora en toda suscripción que se organice con fines piadosos, o para dotar de teléfono y escuela de señoritas a Portomarín. Es madrina de varios misacantanos, presta sus bajos, al lado de la farmacia de Somoza, para almacenar guirnaldas, gallardetes y farolillos con destino a actos píos, como la coronación de la Virgen, el Congreso Eucarístico o la entrada de fray Plácido Á. Rey Lemos.

Las directivas que preside o integra son incontables. Es terciaria franciscana, presidenta de la Conferencia de San Vicente de Paul, cofrade del Carmen, de la Obra de Propagación de la Fe y vocal para el Tercer Centenario de Santa Teresa, la beatificación de Díaz Sanjurjo y la erección del Cerro de los Ángeles, pero siente un especial cariño por la fiesta de la Entronización del Corazón  de Jesús que también convoca a capítulo en su casa.

Ella misma prepara un altarcito con encaje inglés, mirtos y crisantemos que rodean un cuadro alusivo de Martínez Fole. En 1915 se sortea entre los miembros y casualmente le corresponde a la presidente, ella.

En esas ocasiones, las Alvarado sirven un té, como el que ilustra el cromo, se juegan unas partidas de tresillo y se conversa de lo divino, y algo de lo humano.

En 1932 visita Lugo un poeta y pianista belga llamado Roberto Carlos Isaac, como el de “Yo quisiera ser civilizado...”, y da su recital en los salones que luego arderán.  

En febrero de 1957 está pachucha y recibe el Viático, pero sólo es un susto. Muere con 94 años seis después, en 1963.

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