Manuel Somoza Salgado

Somoza Salgado,el reformador de Santo Domingo

El propietario lancarés cae en las garras de la estafadora Lolita Conde Gestal y ella, en la cárcel

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El Progreso 19/05/2021

LA PRENSA SE refiere a él llamándole rico, opulento o acaudalado propietario, con esa llaneza sin ambages como se escribía antes, y si lo dice, es señal de que Manuel Somoza Salgado (Láncara, 1872) lo es.

Lo atestiguan también otras noticias, como que en 1917 se desplaza a Santiago a bordo de su automóvil particular, que pasa temporadas en San Sebastián, o que ha llevado un tendido eléctrico de Armea hasta su magnífica casa de San Martiño de Río.

Desde esa atalaya administra su fortuna en tierras que se extienden por Monterroso, Antas, Lugo y Taboada, residencia de sus padres en la parroquia de Santa Mariña de Xián.

A lo largo de su vida es alcalde y juez municipal de Láncara, presidente del Consejo de Vigilancia del Sindicato Agrícola Católico de Río y diputado provincial, pero el episodio con el que dejará mayor huella arranca en diciembre de 1924, cuando el Ayuntamiento declara en estado de ruina el inmueble número 9 de la plaza de Santo Domingo de su propiedad, por lo que se ordena su demolición.

En consecuencia queda libre para ser edificado un magnífico y espacioso solar que hace esquina entre esa plaza, la calle de San Marcos y el actual Palacio de la Diputación.

Manuel acepta el diagnóstico y sin pérdida de tiempo encarga un proyecto al conocido arquitecto Manuel Gómez Román, que acaba de terminar el del Banco de Vigo y otros edificios de imponente porte.

Los dos manueles se entienden a la perfección y el replanteo del solar es una realidad en tiempo récord. El contratista de las obras, que comienzan ya en 1925, será el vigués Perfecto Fontán.

En algún momento, Somoza entra en contacto con Dolores Conde Gestal, una orensana que se ha establecido en Lugo para dedicarse a la venta de abrigos de piel después de haber recorrido los salones más elegantes de Europa.

Le expone su intención de alquilar el edificio para instalar en él el Gran Hotel Lugo, el no va más del confort y el lujo hostelero que dará a la ciudad un glamour que Manuel conoce muy bien como visitante asiduo de San Sebastián.

Llegan a un acuerdo monetario y Lolita Conde pagará 48.000 pesetas anuales por el uso del edificio, cuya construcción ha supuesto la astronómica cifra de un millón de pesetas.

A Santo Domingo comienzan a llegar muebles y enseres de los que habla todo Lugo. Cuberterías de ensueño, lámparas finísimas y un piano de cola que es la admiración de la sociedad capitalina. Al tiempo, ella se pasea en un coche de cine y todo parece avanzar a las mil maravillas.

Ya no será el Gran Hotel, sino el Hotel Conde, que hace honor al apellido de la mujer, pero eso no modifica los planes hasta que comienzan a sucederse impagos y descubiertos. El terror se apodera de los bancos y ella trata de parar la sangría pidiendo créditos de siete mil pesetas para seguir adelante.

Lo malo es que sus avalistas no existen. A quienes utiliza como tales les ha falsificado la firma después de enviarles cartas triviales con ruego de contestación. El banquero chantadino Soto descubre el pastel y el imperio Conde se viene abajo. Ella acaba en la cárcel.

Antes de que se resuelva, y sin duda agravado por los disgustos, Manuel fallece. El edifico será Círculo Mercantil y sede de Falange, de la OJE y de importantes firmas comerciales.

Le sobreviven su viuda, Adelaida Figueroa, y diez hijos, Juan Manuel y Ramón, abogados; Santiago, juez municipal de Monterroso; Concepción; María, religiosa de la Compañía de María; Mercedes, Balbina, José, Adelaida y Carmen.

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