Luisa Carballeira Rosende

Luisa Carballeira, víctima de un devastador rayo en O Buriz

El 24 de agosto de 1884 esa parroquia de Guitiriz sufre una histórica tormenta de verano

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El Progreso 24/08/2021

A LAS DOCE del mediodía de tal fecha como hoy, 24 de agosto de 1884, y en San Pedro do Buriz, entonces parroquia de Trasparga y desde 1945, de Guitiriz, está a punto de suceder una catástrofe de un segundo de duración que cambiará la vida a la mayoría de sus vecinos.

Minutos antes de esa hora, la joven Luisa Carballeira Rosende (Guitiriz, 1884+) cruza su andar apresurado con el de su tocaya, vecina y amiga, Luisa García Sanmartín, y juntas cubren bajo la lluvia el último tramo hasta el templo de San Pedro, a donde acuden como todos los domingos para oír la misa de precepto. A las dos se les ha echado la mañana encima y llegan iniciada la ceremonia.

Por ese motivo se quedan al fondo de la iglesia, nada más traspasar la puerta, lo cual no es muy habitual en ellas.

El edificio es del siglo anterior, pero conserva un viejo muro de la fábrica primitiva, que podría datarse en el XII o el XIII. En la fachada presenta la imagen esculpida del primer obispo de Roma, su patrono, y en los alrededores hay un interesante vía crucis de cruceiros y otros restos pétreos que la hacen muy particular. 

La espadaña actual es de doble campanario, pero queremos creer que el de 1884 es sencillo. También se le añadirá poco después un nuevo elemento iconográfico con motivo del suceso que relatamos.

Del campanario desciende al centro de la nave una cadena de hierros que se ató al badajo de la campana para realizar los toques correspondientes sin necesidad de subir a la espadaña.

Las dos Luisas están ya atentas al desarrollo de la misa cuando una tormenta de verano se cierne sobre el cielo plomizo de O Buriz y tras escucharse el avance de unos cuantos truenos, la estancia se ilumina con el fogonazo de una chispa eléctrica y su estruendo paraliza de terror al centenar y medio de fieles que allí se encuentran.

El rayo ha desgajado la cruz del campanario, que destruye, y luego toma el camino que le marca la cadena de hierro del badajo. Cuando penetra en el templo se va hacia las dos mujeres, convirtiéndolas en sus dos primeras víctimas mortales. El retraso en llegar las ha condenado.

En un instante la chispa recorre los cuerpos de casi todos los presentes, la mayoría de los cuales están empapados por la lluvia. El alcalde de Trasparga informa en un primer balance que han fallecido las dos muchachas, que otras seis personas están graves y que los heridos pueden rondar entre las cuarenta o cincuenta personas.

La realidad es todavía peor, pues fallecen cinco mujeres más, cuatro de ellas en cinta y una quinta llamada Manuela Roan López, vecina de la cercana parroquia de Santa María de Labrada, donde existen unas hermosas pinturas como las que en su día hubo en San Pedro. Los heridos, de mayor o menor consideración, alcanzan el centenar de vecinos y no hay casa en O Buriz donde no exista algún afectado. La tragedia se enseñorea en la parroquia y no se habla más que de espantos.

No es el único lugar de Galicia señalado ese día con la muerte. Dos hombres mueren en Verín y una mujer en Celeirón, entre otras tragedias a su paso.

La prensa reclama que se generalicen los inventos de  Thomas-François Dalibard y  Benjamin Franklin, es decir, los pararrayos. Y como mal menor, que se sustituyan la cadenas de hierro por cuerdas de cáñamo que nunca se dejen colgando en  la nave.

Tres años después, la parroquia encarga a un imaginero que esculpa la imagen de Santa Bárbara, protectora contra las tormentas, y la instale en la espadaña. Si el lector visita O Buriz y la ve, ya sabe por qué.

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