Lucía Pérez Vizcaíno

Lucía Pérez, que le quiten Eurovisión

El 14 de mayo de 2011 actúa en la LVI edición del festival en Düsseldorf 

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El Progreso 14/05/2020

EN TORNO AL cambio de siglo, dos adolescentes con ganas de triunfar en el mundo de la canción se cruzan viernes sí y viernes también en los pasillos de Telelugo. Acuden para cantar en un musical llamado Supernova, que les iba como anillo al dedo. Al mismo tiempo trataban de colar alguna actuación allí donde pudiesen. 

Sabían que la experiencia de aquellas tablas era fundamental para su carrera y al verlas todos estábamos convencidos de que llegarían lejos porque les sobraban fundamentos, ganas y fuerza de voluntad. Se llamaban, y siguen haciéndolo, Alba Messa y Lucía Pérez Vizcaíno (O Incio, 1985). Si una tenía catorce años, la otra acababa de cumplir los quince.

Sus carreras discurren por distintos caminos, pero ahora, veinte años después, ya sabemos que la intuición era correcta porque ambas siguen con sus ilusiones intactas.

Lucía nace en Goó y acude a la escuela de O Incio. Su afición musical la lleva a estudiar música en Sarria y desde los 13 años participa en en todos los festivales de canción infantil que se convocan, así como en Canteira de Cantareiros, de TvG, que gana.  
 
En ese momento ya estudia Magisterio musical en la Universidad de Oviedo y posteriormente se matricula en Pedagogía.

Graba un primer disco con Félix Cebreiro y contacta con Chema Purón, que ya había compuesto para Paloma San Basilio. Su grabación Amores y amores merece el Disco de Oro Gallego.

Más adelante es elegida para representar a España en el Festival de Viña del Mar, de Chile, con la canción de Purón Qué haría contigo y queda en segundo lugar. Volverá tres años después, coincidiendo con su elección para interpretar el Himno de Galicia en la toma de posesión de Núñez Feijóo, en la Plaza del Obradoiro.

Tal día como hoy, 14 de mayo de 2011, participa en el festival de Eurovisión representando a España con la canción “Que me quiten lo bailao!”, de Rafael Artesero, que acaba con 50 puntos en un discreto puesto 23, como viene siendo habitual estos últimos años.

Claro que para llegar ahí, la canción deja atrás a otras mil composiciones que aspiran a ser interpretadas en Düsseldorf y a docenas de artistas que sueñan con lo mismo. 

Aún así, Lucía nunca estuvo satisfecha de la canción que defiende: “Lo que sentí mucho fue ir a Eurovisión, que es una vez en la vida, con una canción que no era de mi estilo. Me tocó, no podía decir nada, era mi única opción y la acepté. Pero era un tema con el que yo no habría concursado. En mi primer disco después de Eurovisión, hay canciones aquí mucho más apropiadas, como Después de ti, con las que me hubiera sentido más a gusto. Ojalá me quite la espina y pueda volver”.

Al regresar y al margen de los resultados, Lucía reflexiona sobre la gran suerte de vivir una experiencia tan importante en el mundo de la canción ligera, no exenta de una crítica hacia nuestra manera de encarar el festival: “La pena que tengo es que en otros países se lo toman en serio pero aquí, en los 90, hubo un bache o bajón que, por fortuna, se está recuperando, ya que es el espectáculo más grande del mundo y sirve de trampolín para muchos artistas”.

El bajón al que se refiere Lucía llega a ser de tal magnitud que nos atrevemos a mandar una presentación exclusivamente destinada a burlarse del evento, como fue el llamado Rodolfo Chikilicuatre. Y no es que a Eurovisión haya que levantarle estatuas en cada ciudad por sus aportaciones musicales, pero que te saquen la lengua en sede oficial, ya no lo hace ningún niño escolarizado y lo estamos pagando año tras año.


 

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