Juan Antonio Fernández Lombardero

Los Lombardero, el prestigio en forma de reloj

Varios miembros de la familia,  gallegos y asturianos, realizan los mejores aparatos de torre y de sala de la época

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El Progreso 19/01/2022

LOS LOMBARDERO CABALGAN a través del tiempo sobre una brillante historia de relojeros, no exenta de leyendas y episodios prodigiosos. Hablamos, en un principio, de Juan Antonio Fernández Lombardero (Ribeira de Piquín, 1705), que nace en el lugar emblemático de esta familia Vilarpescozo, que se encuentra en la parroquia de Santalla, a medio camino administrativo de Meira o de A Fonsagrada, según las épocas.

En Vilarpescozo se establece con su mujer, Jacinta Teixeiro y Cancio y los hijos de ambos desde 1730. La familia, probablemente originaria de la Lombardía, se dedicó a la artesanía del hierro en las cuencas del Eo y el Navia.

Se le supone alumno del Real Colegio de Meira y poco más, antes de convertirse en un pionero de la relojería en Galicia, tanto a través de sus conocimientos de gnomónica, para la realización de relojes de sol _ como el de la iglesia de San Xoán dos Vaos, de 1742 _, como mecánicos de torre.

Suyo es el reloj de la iglesia de Santa María do Campo, de Ribadeo, cuya estructura actual sigue siendo la original, aunque se creyó refundida. 

Mediado el siglo XVIII es cuando se datan los inicios de la fabricación de los relojes de torre, para lo que se vale de sus conocimientos sobre ingenios hidráulicos y herrerías. En el 1756 le encarga uno el ayuntamiento de Ribadeo; un año después, el de Betanzos y en el 59, el de la torre de la catedral de Lugo, lo cual nos informa de su fama y de su capacidad de trabajo.

También es entonces cuando muere el menor de sus dos hijos y cuando el mayor abraza la carrera sacerdotal, que lo mantendrá a su lado en Vilarpescozo.

El primogénito, llamado Francisco Antonio, le ayuda a abrir una nueva modalidad industrial, la de los relojes de sala. A través del matrimonio de su hija Isabel se vincula a otros Fernández Lombardero, llegados a Oscos procedentes de Vizcaya. Unos investigadores afirman que eran parientes y otros, que no, a pesar de la coincidencia de apellido. 

El caso es que el nuevo miembro, Lombardero por partida doble, va a llevar la parte administrativa de la factoría, cuya actividad también se desarrolla enormemente y Lombardero se convierte en un marchamo de distinción para cualquier familia o institución que tenga uno de sus aparatos medidores del tiempo.

Su hijo muere en 1768, pero ese mismo año Isabel y Manuel Antonio le dan su primer nieto, que llevará el nombre del fallecido.

El de la catedral de Mondoñedo es un nuevo e importante encargo en 1772 y en 1777 hará otro para Antonio Raymundo Ibáñez.

Su fallecimiento en 1796 y otros avatares familiares dejarán la factoría en manos de su nieto Francisco Antonio, que realiza los últimos relojes Lombardero. La producción del primero de ellos se calcula en más de doscientos relojes, todos ellos auténticas obras maestras.

El otro personaje, su nieto, es el que da origen a las leyendas de la familia, debido quizás a un carácter peculiar y extravagante. De él se dice que fabrica un caballo mecánico de madera con el que se desplaza de Vilarpescozo a Piquín para oír la misa dominical, así como otro autómata que sustituía con gran eficacia a un monaguillo en las labores de ayudar a misa, aunque esto también se dice de Juanelo Turriano.

Cual Leonardo galaico, sale de su caletre un aeroplano volador que prueba en las laderas de un monte cercano. Se rompe una pierna, pero deja en el aire la estela de una fantástica leyenda que quizás sea historia.

La rama asturiana de los Lombardero deja también otros ilustres relojeros, cuya actividad finaliza en 1835.

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