Jaime Fernández Iglesias

Jaime Fernández, el forteano de la lluvia de peces

El año 2000 se produce en Abadín un fenómeno que un siglo antes Charles Fort incluye en su Libro de los condenados

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El Progreso 28/02/2021

AL NORTEMERICANO CHARLES Fort se le ocurre pensar con criterio científico que en el mundo se producen infinidad de fenómenos extraños para los que el conocimiento humano no tiene explicación y se dedica a coleccionarlos hasta juntar más de 25.000 casos, cuyas fichas ordena y guarda en cajas de zapatos.

El resultado de todo aquello es El libro de los condenados, publicado en 1919, donde se recogen unos mil de los citados sucesos, clasificados en diversas categorías.

Uno de los apartados más sorprendentes a primera vista es el de la lluvia de peces, de ranas o de otros animales. Estos hechos inexplicables comienzan a recibir el calificativo de forteanos y lo mantienen hasta que se les encuentra la causa que los origina.

Jaime Fernández Iglesias (Abadín, 1945), propietario de los viveros Costa de Lóngaras, en Moncelos, se convierte de la noche a la mañana en testigo de uno de esos casos forteanos, muy a su pesar, porque más de un vecino bromea con lo que él les narra.

Jaime nace en San Xoán de Seivane de Vilarente y tal como deja entrever ese dato y su segundo apellido, es en efecto primo del poeta Aquilino Iglesia Alvariño, ya que su abuelo y el padre de Aquilino son hermanos. Del escritor es precisamente la primera foto de su vida, obtenida en Vilarente cuando tiene entre seis o siete años.

El hecho que nos ocupa ocurre el 21 de septiembre de 2000, en Moncelos. El propio Jaime lo cuenta así:

“A noite anterior houbera unha treboada con chuvia e vento. Pola mañá o tempo xa estaba calmo, pero cando abrimos o viveiro comezamos a ver no chan ducias de peixes pequerrechos, que nun principio semellaban xureis, pero que logo determinaron que eran alevíns de bogas. Uns trescentos, así como algas e plantas”.

Al principio cree que le han tirado basura en su terreno, pues el vivero está pegado a la carretera, pero aquello no justifica la cantidad de peces y algas esparcidas por la finca.

Después de unos días en los que nadie parece interesado por el caso, cuando los gatos y los pájaros ya se han llevado buena parte de las bogas, miembros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas analizan la extraña lluvia y determinan lo que ha pasado, como también lo haría más tarde el criptozoólogo e investigador del mismo CSIC, Óscar Soriano.

Nadie duda en achacar lo sucedido a un tornado que se forma la noche anterior, pasa por las aguas de algún río cercano en las que se encuentran las bogas (Chondrostoma polylepis), las mantiene en el aire y las descarga en el vivero de Jaime, probablemente porque allí comienza la llamada Costa de Lóngaras, una elevación súbita del terreno que provoca una pérdida de fuerza del tornado o su desaparición total.

Probablemente la succión de los alevines tiene lugar en el cercano río Anllo, o en alguno de los regos que rodean la zona. Mientras no se aclaran los hechos, Jaime se arriesga a que lo tomen por loco cuando cuenta a sus vecinos un suceso que todavía era forterano.

En lugares como el departamento de Yoro, en Honduras, la lluvia de peces es un fenómeno anual entre mayo y junio, que los habitantes esperan como un regalo, pues muchos de ellos pasan directamente a la cazuela.

La explicación de Yoro es la misma que en Moncelos, pero más constante. La formación de un tornado, aunque hay quien lo atribuye a los rezos de un misionero español, Jose Manuel Subirana, que en 1860 rezó para que Dios concediese alimentos a los pobres de la zona. ¿Sabía Subirana la formación de tornados?

 

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