Florentino Fernández Tablas

F. Fernández Tablas,honor y gloria a la patata

En Ribadeo se celebra el centenario del tubérculo como en Europa por iniciativa suya

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El Progreso 18/05/2020

NOTICIAS PUBLICADAS EN diferentes medios se hacen eco de que en el 15 de mayo de 1886 se ha celebrado en Ribadeo el Centenario de la Patata, una iniciativa de Florentino Fernández Tablas, descendiente directo de O Pataqueiro.

Los actos han consistido en bailes, fuegos artificiales, una función religiosa y reparto de patatas a los pobres.

Esta fecha conmemora la presentación a Luis XVI de la primera flor de la patata conseguida por Antoine Parmentier el año 1786 en Francia. Las fiestas se promueven en Montdidier, el lugar de nacimiento de Parmentier, imitado por otros lugares de Europa, entre ellos, Ribadeo, como se ve.

En mayo de 1901, el cónsul de España en La Habana participa el fallecimiento abintestato de Florentino Fernández Tablas (Ribadeo, 1856), a los 45 años de edad. Era soltero y jornalero. Se consigna en una primera información que deja gran número de monedas antiguas de plata y de cobre, pertenecientes a diferentes países. Parece que también posee alguna finca en Ribadeo.
Días después se dice que de las pertenencias de Florentino se han robado entre 15 y 20.000 duros de plata, que no es ninguna calderilla.

En Montevideo (Uruguay) sucede otra historia en paralelo a ésta. En aquella capital era muy popular un trapero conocido como Cambalache. Cuando muere, su fama como chamarilero la recoge Manuel Fernández Tablas (Ribadeo, 1847), posiblemente hermano mayor del anterior y descendiente también de O Pataqueiro.

Durante el último cuarto del siglo XIX, Manuel comienza dedicándose a la carpintería, pero poco a poco su afición se dirige hacia los trastos viejos, por encontrarlos de mayor valor que los objetos sin estrenar.

Fabrica y colecciona cientos de cristos crucificados que cuelga por la vivienda. En una de las habitaciones acumula cajitas sin cuento. Cuando se le pregunta qué son, dice que carmín. Y si se indaga para qué conserva tantas, se averigua que las utiliza para marcar con rojo las heridas de los cristos.

“Había allí carmín para pintar todos los Cristos que pueda la cristiandad producir en un siglo”, calcula un periodista que le hace un reportaje en 1886.

Otra estancia la ocupan miles de cajas de cerillas que ni siquiera encienden, pero que estaban muy baratas y las compró. Aquello es un polvorín. ¿Por qué lo hace?, se pregunta un periodista uruguayo todavía no acostumbrado a los síndromes de Diógenes, y se responde: 

“Para nada; para guardarla, para hacer más grande el montón de los objetos inútiles, para darse el placer de ver su casa atestada desde el piso hasta los tirantes, desde el patio hasta la azotea, revuelto todo y confundido en el más espantoso desorden que pueda nadie imaginarse”.

Vive en la calle de Tacuarembó, frente al paredón de la iglesia del Cordón, y la casa rebosa ya por la azotea, convertida en depósito de cien mil baratijas, hacinadas las unas sobre las otras, mezcladas, revueltas...

“La cama en que nuestro hombre duerme está encaramada allá, en el techo, merced a una combinación de cuerdas y poleas que la hacen subir y bajar. Al recogerse, de noche, hace descender la cama hasta una altura que le permita treparse sobre ella, y una vez metido entre las cobijas, tira de una cuerda, y se hace levantar con cama y todo hasta una vara de los tirantes, y en aquellas alturas duerme sosegadamente, libre de los ratones que tienen minado el piso, y que viven allí con toda holgura, confiados y tranquilos, comprendiendo que nadie puede darles caza en medio de aquel espantoso revoltijo”.

(Cont.)

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