Dositeo Rodríguez Otero

Cuando morían más caballos que toros  

Un 15 de junio Dositeo Rodríguez descubre el mundo de los toros y no para hasta ser él uno de los protagonistas

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El Progreso (15/06/19)

EN SAN COSME de Gondel hay hoy medio centenar de vecinos, y bajando. Allí nace un 21 de diciembre Dositeo Rodríguez Otero (Pol, 1893), un niño despierto y con luces. Su familia cree entonces que valdría para cura, pero las luces  resultaron ser lentejuelas toreras, de esas que de vez en cuando se encienden en la provincia.

Xosé Ramón Ónega, el Ónega de Odoario, le da biografía por razones de paisanaje, de modo que su trabajo nos libera de recoger todas las andanzas de Dositeo, pues quien las busque, en Ónega las encontrará (Lucensia nº 7, 1993).

El seminario no satisface su espíritu y dicen que se ausenta de tan insignes estancias con tres duros en el bolsillo. De Lugo a Monforte, donde se hace patatero; y del Cabe, otra vez al Miño, esta vez en Ourense, donde aprovecha su cuerpo de Maciste, y trabaja de cantero, en su versión de acarreador de escombros.

Allí asiste a la corrida que se celebra el 15 de junio de 1911, hace hoy 108 años, con Celita, Lajartijillo-chico y José Morales Mula, alias El Ostioncito, así como suena. El impacto que recibe el chiquillo es de órdago, o incluso más bestia, como dice el apodo del tercer espada.

A partir de ese día, sus pasos solo estarán encaminados a entrar en este mundo. No sabe que le espera un futuro de varilarguero, pero pronto se lo descubre Joselito, cuando le alaba la fortaleza de sus espaldas, “mejores para picador que para albañil”, como le dice unos seis años antes de morir en Talavera de la Reina.

Tengamos en cuenta que el toreo vive todavía la época en la que el caballo del picador no lleva peto y cuando lo habitual es que cada corrida se salde con la muerte de los seis astados y de otros tantos equinos, o más, lo que a su vez conlleva al subalterno una serie de riesgos fáciles de imaginar.

Es muy frecuente la operación de coser las panzas de los animales para meterles las tripas dentro y volverlos a utilizar en la plaza porque no queden caballos vivos y haya que acabar la corrida como sea. El varilarguero tiene que  hacer gala de su oficio con premura, fuerza y efectividad que son valoradas en mucha mayor medida que después, con la implantación del peto en época de Miguel Primo de Rivera, que como jerezano y amante de los caballos, da el impulso necesario a una medida con la que se viene mareando la perdiz desde medio siglo antes, de 1877 a 1928.

Aún así los petos iniciales son tan inútiles como una sábana y el primer caballo que sale protegido con uno de ellos, muere de una cornada nada más iniciar la faena.

Del general se cuenta  que una tarde, siendo Dositeo todavía recluta, lo visita en la enfermería de la plaza tras un revolcón. El de Lugo se muestra preocupado pues debe incorporarse al cuartel y Primo lo tranquiliza: “Cura tus cornás, chaval, que de la mili ya me encargo yo”. 

Y es que Dositeo cae cien veces, se hiere cincuenta y sufre tantas cornadas como los matadores. Marcial Lalanda, que lo tuvo en su cuadrilla, le salva de una muerte certera agarrando al morlaco por los pitones.

Entre los gajes del oficio y los accidentes, a Dositeo le queda  el cuerpo machacado como ropa en un mazo, pero nadie puede con él.    En 1929, se accidenta con un coche en Mansilla de las Mulas porque prefería viajar charlando con su amigo Anastasio Oliete, alias Veneno; expicador, rejoneador y ahora empresario de caballos, que ir en tren con Lalanda. Queda grave, pero continúa hasta un nuevo percance viniendo de Murcia que le deja sin fuerza en el brazo. Lo mata un cáncer en la cara en 1959. 

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