Benigno Ledo González

Benigno Ledo, un héroe en la lucha contra la gripe del 19

El párroco de Argozón (Chantada) merece la Cruz de Beneficencia por su comportamiento en aquella epidemia

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El Progreso 18/12/19

ENTRE LOS APICULTORES españoles el nombre de Benigno Ledo González (Chantada, 1867), es la referencia histórica que indica la llegada a la península en 1880 de la primera colmena Layens desde Francia. 

La Layens, invento del apicultor Georges de Layens, permite la trashumancia de acuerdo con la floración y se calcula que el ochenta por ciento de las colmenas existentes en España son de este tipo.

Ledo, que se gana muy pronto el título de Abade o Cura das Abellas, inventa otros dos modelos y sobre todo, escribe un Curso Práctico de Apicultura que va a servir para extenderla por toda Galicia a través de las sucesivas ediciones que se hacen de la obra. El Curso está planteado a modo de catecismo, con una lista de mandamientos iniciales y 158 preguntas sobre todo lo que debe saber quien se inicie en este tipo de ganadería que hoy en Galicia se ve amenazada por la expansión de su peor enemiga, la avispa velutina.

Ledo nace en la parroquia chantadina de Santa Baia de Adá y desarrolla toda su labor pastoral y apícola en la inmediata de San Vicente de Argozón, aunque sus enseñanzas en persona las dicta en toda Galicia mediante conferencias de divulgación donde logra captar la atención de público y convertir en apicultores a muchos de los que entran allí siendo solo ganaderos de vertebrados.

Merece el título de “La Abeja de Oro” a título póstumo   en la segunda convocatoria que se concede esta distinción. La primera fue para Narciso de Liñán y Heredia, conde de Doña Marina y bisnieto del duque de Rivas, el autor de Don Álvaro o la fuerza del sino, a quien Ledo rinde homenaje en su libro.

Además de llevar su parroquia de Argozón, adscrito a la parroquia de A Nova de Lugo fue profesor encargado de Apicultura de la Diputación hasta que se jubila en 1948, dos años antes de su fallecimiento.

También recibe la encomienda del Mérito Agrícola, y solicitada por el Ayuntamiento, en 1919 le conceden la Cruz de Beneficencia de primera clase, por “los heroicos servicios prestados a sus feligreses” con motivo de la epidemia de gripe entre los meses de octubre y noviembre de 1918, la famosa gripe española que no lo era.

Se cuenta que entonces los médicos no llegan a las estribaciones del Monte Faro, por lo que Ledo se encarga de repartir entre los afectados aquellos medios profilácticos que paga de su bolsillo. Se deshace de todos los pollos y gallinas que tiene para que se cocinen caldos con destino a los enfermos, así como de todas las existencias de su reducida despensa para ser repartidas entre los pobres.

A uno de sus feligreses, hijo de una mujer con la razón perdida, lo saca de su choza envuelto con su sotana y lo cuida en la propia rectoral hasta que se restablece. También carga con el cadáver de una mujer muerta en un camino hasta el cementerio y cava las fosas de otros a los que nadie entierra.

Su labor en ese tiempo incluye la atención del ganado en aquellas casas donde ninguno de sus ocupantes conserva la salud. Saca las vacas por la mañana y las recoge en el establo al atardecer.

Finalmente enferma él mismo, pero no por ello deja de prestar asistencia material y espiritual a quien se la solicita.  Después resaltará las ventajas que encuentra en la miel para afrontar con éxito estas duras pruebas. 

Trapero Pardo, Isaac Correa Calderón y Juan Rof Codina, así como su sobrino, Jaime Fernández Ledo, son entusiastas divulgadores de la obra de este singular sacerdote.

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