Antonio López de Neira

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Sober, 1827 / Vigo, 1919


Por razones misteriosas, las biografías que encontramos del alcalde de Vigo, Antonio López de Neira y Freire, lo hacen natural de dos sitios bastante alejados, aunque ambos dentro de la provincia de Lugo. O bien al sur, en Sober; o bien al norte, en Foz. Como ambas posibilidades son incompatibles, investigamos cuál es la razón del error y aventuramos que todo puede deberse a una persona que se pasa de lista. Vamos a ver, López de Neira viene al mundo en las tierras de Naz, varios lugares del mismo nombre pertenecientes a la parroquia de San Miguel de Rosende (Sober). Así lo afirma José Espinosa Rodríguez en su libro Tierra de Fragoso. Notas para la historia de Vigo, de 1949, así lo certifica la muerte de su hermano Benito en 1899, cuando toda la prensa gallega publica que el hermano del alcalde vigués deja este mundo en su casa de Naz y así lo publica, por ejemplo Diario de Pontevedra, cuando fallece él.

A partir de estas evidencias, se nos ocurre pensar que el dato cae en manos de algún biógrafo aficionado y creyendo que Naz es un topónimo imposible en Galicia, le da por considerarlo una errata y él, que es muy listo, transforma Naz en Foz. La imprudencia tiene consecuencias devastadoras en la familia, pues también hemos leído el comentario de un bisnieto del personaje diciendo que su pariente nace donde A Rapadoira es playa. Ítem más, cuando en 1931 fallece su sobrino, el comerciante vigués Ramón Rodríguez López de Neira, la necrológica afirma que es natural de Monforte. Es decir, la cuna familiar. Otra dificultad inicial es determinar si Antonio llega a la ciudad olívica siendo lazarillo de un ciego, si comienza a trabajar en la ciudad como lazarillo, o si no lo fue jamás. Teniendo en cuenta su relación posterior con la luz, nada nos gustaría más que confirmar este inicial oficio de López de Neira, pues nos permitiría decir que su vida fue una constante búsqueda de la claridad para los demás, sirviendo de guía a los ciegos e iluminándoles el camino a sus vecinos. Queda un poco cursi, pero ha sido verdad, al menos en lo que corresponde a la segunda parte.

Lazarillo o no, López de Neira demuestra ser un chico de muchas luces porque tras ejercer un tiempo de dependiente de comercio, reúne el capital suficiente para independizarse, abrir su propio establecimiento de ultramarinos e invertir sus siguientes ganancias en un terreno de la incipiente calle del Príncipe, donde construye su casa de toda la vida. Un edificio al que los vigueses finiseculares del XIX mirarán con asombro desde 1880, y con agradecimiento así que venga el nuevo siglo. Ésa será su residencia hasta que la muerte lo separe de su querida ciudad adoptiva.

Su actividad inversora es imparable e incluye una fábrica de chocolate en dicha calle, y una fábrica de papel en Santa Cristina de Lavadores llamada por eso La Cristina, entre otro cargos y actividades, como representante de la Compañía Trasatlántica en Vigo, cónsul de Chile y de Costa Rica, consejero del Banco de España, presidente de la Junta de la Casa de Caridad, miembro de la Cámara de la Propiedad, de la Sociedad de Abastecimiento de Aguas y de la Junta de Obras del Puerto; diputado provincial, teniente de alcalde y alcalde, y presidente de la Diputación.

López de Neira comienza siendo un socio más de la empresa que pone en marcha La Cristina en 1862 para suministrar papel continuo a varios periódicos, como El Miño, por ejemplo, cuyo director Juan Compañel, también tenía intereses en ella. Más adelante también lo servirá para que Faro de Vigo imprima en él sus primeros ejemplares.

Las crónicas de su inauguración son esperanzadoras. Es un lujo tener La Cristina al lado de la ciudad, pero los inicios son complicados. Ese mismo año de 1862 es muy seco, el río apenas es un regato y la fabricación se detiene. El propio periódico de Compañel anuncia que debe acudir a otras fábricas y comprar un papel de distinto tamaño al habitual, pero cuando Dios deja de apretar, La Cristina recobra su rumbo durante muchos años.

El impulsor de la fábrica había sido Velázquez Moreno y es su hijo quien la llevará como gerente a su muerte. La propiedad es de cuatro accionistas, Basilio González Besada, alcalde de Tui y padre de Augusto; el propio López de Neira, el genial inventor Antonio Sanjurjo Badía y Manuel Lafuente. En determinado momento se queda Neira como único propietario, y ya en 1907, la vende al conservero José Curbera Fernández.

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Con papel de La Cristina se edita el Diccionario de Escritores Gallegos, de Manuel Murguía, y muy probablemente, los Cantares gallegos, de su mujer. La personalidad simpática y optimista del lucense le lleva a entablar una cordial relación con el rey Alfonso XII cuando el monarca visita Vigo a sus 18 años, en 1877, aunque él ya tenía 50. De hecho le invita a su boda con Cristina de Habsburgo dos años después, y esa amistad va a fructificar en hechos concretos, porque en 1887 se le conceden los honores de proveedor de la Real Casa y el uso del escudo de armas reales en las muestras, etiquetas y facturas, tanto de la fábrica La Cristina, de papel continuo, como de la de chocolate.

Desde 1874 ya es teniente de alcalde de la ciudad y los vigueses lo tienen en igual estima como empresario pujante, como político y como edil. Las semblanzas que de él se hacen en tertulias y en artículos periodísticos coinciden en su campechanía y en su sentido común. Don Antonio, por antonomasia, es López de Neira, y lo que salga de la boca de don Antonio lleva el marchamo de la sensatez y el recto juicio. Por eso llega a ser de uso común en la ciudad la expresión “cosas de don Antonio” para expresar con ella que se ha dado solución a algún complicado problema.

Y si de política estricta hablamos, a don Antonio lo encontraremos siempre al lado de José Elduayen, de quien fue amigo, colaborador y fiel ayudante. Tanto es así que en la venta-subasta de la finca Bella Vista, que él gana tras pujar por 101.000 pesetas, nadie duda que quien lo está haciendo es el propio Elduayen, cuatro veces ministro, gobernador de Madrid y del Banco de España y presidente del Senado.

Su estilo liso, llano y envidiable, dicen, lo hace asequible a todos los estados, clases y fortunas, “por eso tiene tantos ahijados y apadrinados, que siempre, muy particularmente por Pascua, convierten su casa en romería pidiendo el Bollo”. La descripción es gráfica y esclarecedora.

Se cuenta que siendo ministro de la Guerra José Chinchilla y Díez de Oñate, de la cuerda distinta a la de Elduayen y a la suya, que son conservadores, un vecino, conservador también, se interesa por un favor del ministro y se lo dice al alcalde. Neira lo consigue y deja a los de su partido haciéndose cruces. Hay que tener amigos hasta en el infierno, es uno de sus lemas.

El inquieto López de Neira se informa de los usos urbanos, industriales y domésticos que la ciencia está consiguiendo realizar mediante la electricidad y quiere que Vigo los conozca cuanto antes. Si el año 1876 figura en la historia como el de los inicios de la electricidad en España, López de Neira va a hacer que 1880 sea el de la presentación en sociedad de la luz eléctrica ante los asombrados vigueses, teniendo en cuenta que hasta 1896 no la tendrán de forma efectiva como alumbrado público.

El caso es que el lucense se hace en París con lo que imaginamos es una primitiva dinamo, evolucionada del sistema Drummond, y se la trae a la calle del Príncipe. La prensa de la época anuncia así lo que va a ocurrir el 30 de mayo de 1880:

“El Ecxmo. Sr. D. Antonio López de Neira, entusiasta por todo cuanto pueda contribuir al buen nombre de esta ciudad, ha hecho venir de su cuenta expresamente de París un aparato para luz eléctrica, que lucirá así en el acto de la procesión, como en algunos otros lugares a que la destine. (…) Durante su tránsito, al entrar en la calle de la Victoria a recogerse en el Templo, el gremio de boteros disparará otras salvas análogas a las de la salida, y como en la noche del día anterior los edificios públicos, casas particulares y sociedades recreativas, lucirán hasta las doce de la noche iluminaciones de la mayor novedad”.

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Crónica de la inauguración de La Cristina.

En efecto, a lo largo de los seis o siete años siguientes, la luz eléctrica será en sí misma un atractivo más en las fiestas del Cristo de la Victoria, un número dentro del programa de festejos, tal es la admiración que despierta entre el público, e incluso, en un acto que es fuertemente aplaudido por venir de Vigo, se lo presta a la ciudad de Pontevedra para que ilumine la Plaza de la Constitución durante las fiestas de la Peregrina de agosto, “amable cesión del señor López de Neira para los festejos”. No en vano el prócer fue diputado provincial durante cuarenta años y presidente de la Diputación de Pontevedra, del año 1905 a 1909.

La famosa crónica de la experiencia _ famosa, porque se ha reproducido cinco o seis veces _, dice así:

“El miércoles por la noche se probó en casa del señor López de Neira la luz eléctrica que para mayor lucimiento de las próximas fiestas del Santísimo había encargado a París dicho señor. La proverbial naturalidad y amable deferencia del señor Neira fue causa para que muchos de sus amigos se personasen en la rica morada y deliciosa huerta a presenciar los efectos luminosos del aparato, el cual funcionó bien, llevando la luz a larga distancia, y que al reflejarse en las galerías y casas del Placer de afuera, produjo agradable impresión entre las personas que inesperadamente se vieron inundadas por una claridad tan intensa como la del sol, aunque de melancólico reflejo como la luz de la luna. Una de las cosas que más nos ha llamado la atención en aquellos momentos fue el asombro que la luz produjo sobre los insectos que se albergaban entre el ramaje de los árboles, que vistos desde lejos parecían pintados con un verde ultramar, más bien que obras de la naturaleza”.

En 1883, el cronista intuye la celebración que se espera en esa fecha: “Las innumerables luces que el fervor religioso atrae a esta procesión, hacen que sea considerada como la más notable de Galicia, ofreciendo una perspectiva admirable a su paso por la calle del Príncipe, que se hallará profusamente iluminada, para lo cual contribuye la Sociedad Tertulia Recreativa dando mayor brillantez a la iluminación, el aparato de luz eléctrica que dispondrá en los balcones de su casa, el Excmo. señor Don Antonio López de Neira”.

También en 1884 y 85, cuando se habla que Príncipe está iluminada “a la veneciana y con la luz eléctrica de nuestro consecuente amigo López de Neira”. Incluso en 1886 se mantiene lo que ya es una tradición local:

“A las seis de la tarde salió de la Colegiata la procesión del Santísimo Cristo de la Victoria, acompañado de millares de cirios. El orden fue más perfecto que el de otros años, sobre todo al pasar por las calles de la Victoria, Ramal y Príncipe. En esta última el aspecto era fantástico. La espaciosa vía se hallaba iluminada con bonitos candelabros, miles de faroles a la veneciana y con una potente luz eléctrica colocada desde el balcón de la casa del Sr. López de Neira. Los forasteros que por primera vez contemplaron por la citada calle el paso de la procesión, decían que no habían visto un espectáculo tan sorprendente.”

En 1897 llega a la alcaldía de Vigo, que ocupa hasta que dimite en 1901. Volverá durante unos meses en 1905. De él se recuerda el empréstito de tres millones de pesetas emitido para liberar al Ayuntamiento de sus deudas, el adoquinado de varias calles hasta entonces corredoiras, mejoras estructurales, el mercado cubierto de A Laxe y otras.

López de Neira también es pionero en el uso del teléfono, siendo el primer vigués en tenerlo. Como es de suponer y como decían los chistes, no tendría uno solo, pues de nada le serviría. Tendría dos. ¿De su casa al ayuntamiento? ¿A la fábrica de papel? ¿A la consignataria? Quién sabe. Conociéndolo sería para algo de provecho.

Y eso que cuando muere lo hace arruinado, aunque en medio de la admiración de sus vecinos, como se comprueba en la fotografía de Vida Gallega. Ya se había bautizado una calle con su nombre. Fallece un domingo a los 91 años. El miércoles anterior había asistido con toda normalidad a la Comisión Provincial de la Diputación en Pontevedra. Una congestión pulmonar acabó con él en cuestión de horas y de sus ojos se apagó la luz que él había traído.

 

Peripecia vital
1827.- Nace en Sober
1841.- Llega a Vigo.
1862.- Se crea la fábrica de papel La Cristina.
1874.- Primer teniente de alcalde.
1879.- Asiste a la boda de Alfonso XII.
1880.- Realiza la primera prueba de luz eléctrica en Vigo.
1897.- Alcalde de Vigo.
1900.- Gran Cruz de Isabel la Católica.
1905.- Segundo mandato como alcalde. Presidente de la Diputación de Pontevedra.
1919.- (6 de febrero). Muere en Vigo.


El Progreso (02/06/19)

López de Neira, de lazarillo al resplandor

Se cumple el centenario de su muerte y los 140 años de su pionera iluminación en la calle del Príncipe viguesa


LAS PASADAS NAVIDADES, cuando Vigo brillaba más que la estrella de Oriente, al alcalde Caballero se olvidó mencionar que estaba a punto de cumplirse el siglo del fallecimiento de un antecesor suyo que había traído la electricidad a la calle del Príncipe. Debió hacerlo, porque sin él sería imposible que su ciudad presumiese de tanta luminaria.

Ese hombre fue Antonio López de Neira (Sober, 1827), un tipo que siempre tuvo las ideas tan claras como los chorros del oro, desde que sale del lugar de Naz, en la parroquia de San Miguel de Rosende, hasta que le deja a Caballero la herencia de la luz para que llene Vigo de admirados visitantes.

Se cuenta de sus inicios que ejerce de lazarillo de un ciego, que es oficio maravilloso y augurio certero de que su sino en esta tierra ha de ser cumplir los deseos de Goethe en sus postrimerías: ¡Luz, más luz! 
De guiar a un ciego salta a ser tendero. Y de ahí, a comerciante, a chocolatero, a fabricar papel, a los trasatlánticos, a la banca o al abastecimiento de agua. Su ascenso es imparable, pues algo hay en él que lo distingue del resto de los ciudadanos, como si llevase delante de sus pasos un farol para ver todo antes que los demás.

Algo de eso hay, pues llama la atención con juicios o explicaciones que su círculo tarda en comprender y mientras dura su asombro, exclaman: ¡Cosas de don Antonio! Que es como decir: No te lo voy a explicar, porque ni yo lo entiendo.

Don Antonio no se limita a cuidar de sus negocios, sino que pronto interviene en la administración de los bienes públicos, como era habitual entre los hombres con iniciativa de aquella época. Así lo vemos en la Cámara de la Propiedad y la Junta de Obras del Puerto. Es diputado provincial, teniente de alcalde, alcalde, y presidente de la Diputación, todo ello en feliz armonía con la política de José Elduayen, de quien es amigo, colaborador y representante.

A la par, dicen que es generoso y que su casa se llena por Pascua de gente en romería para pedirle el bollo. Bravo por don Antonio. Tuvo suerte de no vivir hoy, porque le afearían el crecimiento y la generosidad. Nada como vivir de la gorra y ser mísero hasta el pecado.

Pronto llegan a sus oídos las aplicaciones prácticas que se consiguen mediante la electricidad, una energía que se vislumbra de importancia capital para el futuro de las sociedades desarrolladas y él quiere que Vigo lo sea por encima de cualquier otra consideración, de modo que ya en 1880 _ tan solo 140 años nos separan de ese momento _, organiza lo necesario para presentársela a sus convecinos en su forma más espectacular, la de la luz, como bien sabe don Abel.

Faltan seis años para que la ciudad de la oliva disponga de alumbrado público en toda la extensión de la palabras, pero López de Neira se hace en París una primitiva dinamo, evolucionada del sistema Drummond, y se la trae a la calle del Príncipe.

La crónica periodística de lo que allí ocurre es tan trascendente que merece la pena conservar su literalidad:  

“El miércoles por la noche se probó en casa del señor López de Neira la luz eléctrica que para mayor lucimiento de las próximas fiestas del Santísimo había encargado a París dicho señor. La proverbial naturalidad y amable deferencia del señor Neira fue causa para que muchos de sus amigos se personasen en la rica morada y deliciosa huerta a presenciar los efectos luminosos del aparato, el cual funcionó bien, llevando la luz a larga distancia, y que al reflejarse en las galerías y casas del Placer de afuera, produjo agradable impresión entre las personas que inesperadamente se vieron inundadas por una claridad tan intensa como la del sol, aunque de melancólico reflejo como la luz de la luna. Una de las cosas que más nos ha llamado la atención en aquellos momentos fue el asombro que la luz produjo sobre los insectos que se albergaban entre el ramaje de los árboles, que vistos desde lejos parecían pintados con un verde ultramar, más bien que obras de la naturaleza”.

Jornada luminosa la de este caballero de Naz.

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