Alejandro Lerroux García

Cuando Lerroux se llamaba García González

El político cordobés es consumero en un fielato de Lugo, pero aplica mal las tarifas

Alejandro_Lerroux_Garcia_CROMO

El Progreso 06/10/2019

BAJO EL NOMBRE de Manuel García González pasa varios meses en Lugo quien años después será presidente del Consejo de Ministros durante la II República, el muy polémico y controvertido ciudadano, Alejandro Lerroux García (La Rambla / Córdoba, 1864).

La utilización de sus segundos apellidos se debe a su condición de desertor del Ejército, por lo que es perseguido por la justicia.

La amistad de su hermano con el ovetense Florentino Morán le proporciona la posibilidad de trabajar en el cobro del impuesto de consumos que tiene lugar en los fielatos de la muralla. 

Las circunstancias que rodean su llegada a Lugo se narran en ‘Mis Memorias’, aparecidas tras la muerte de Lerroux. Pese a que el editor Afrodisio Aguado asegura publicarlas íntegras, de ellas se ha desgajado un capítulo titulado ‘Canto a Teresa’, donde el político da cuenta de sus amores, de sus galanteos triunfantes y de sus fracasos, con ciertos ribetes provocativos.

Por arrepentimiento de él ante su familia _ Teresa es su esposa _, o de sus descendientes, el capítulo queda en el olvido hasta que el historiador Carlos Seco Serrano lo desempolva recientemente en un Boletín de la Real Academia de la Historia.

Gracias a esta publicación sabemos ahora de la amistad, en palabras de Lerroux _ noviazgo al decir de los lucenses _, que el futuro político mantiene con una maestra sin escuela, hija de una estanquera del centro de la ciudad, a la que el protagonista de las memorias llama Juanita Currais. Esta colega de Francisca Vázquez Edreira y de  Amparo Bellón Otero merecerá su propio cromo en el álbum.

El caso es que Lerroux, un chico espabilado como demostrará la historia, queda adscrito a uno de los fielatos como consumero, sin recibir para ello una instrucción demasiado exhaustiva. En aquel momento existen en Lugo los de las puertas de Santiago, San Pedro, San Fernando, el matadero y el Central, aunque hay otros puntos para el cobro de los arbitrios.

Para las horas muertas en el puesto, su compañero ha ideado la caza/pesca de los pollos y gallinas que picotean alrededor, consistente en disimular un anzuelo con sedal dentro de un grano de maíz. Si la gallina lo traga, el consumero tira del hilito, arrastra al animal, le tuerce el pescuezo y a casa con ella. Todo en cuestión de segundos y cuando el dueño de las gallinas no esté en las cercanías. Después, que busque.

Es de imaginar que Lerroux prueba alguna de esas gallinas, aunque sólo sea para pagar su silencio cómplice.

Cuando Lugo se dispone a celebrar los sanfroilanes de hace 135 años, a Manuel García González, o sea, a Lerroux, le toca estar solo una mañana en el fielato. Entonces se le acerca una montura cargada de pulpo hasta las trancas.

El hombre lo pesa, suma las cantidades, le aplica la tarifa al resultante y cobra.

Al cabo de una hora son cinco, seis... hasta diez los pollinos que hacen cola delante de Lerroux para ser cobrados. Algo inusual porque no es el fielato utilizado por los comerciantes del octópodo.

Por la noche, al rendir cuentas con Canoura, que es el jefe de fielatos, Lerroux entrega las cuatro perras de recaudación a cambio de varios centenares de kilos de pulpo introducidos en la ciudad.

“¡Le han timado, García!”, brama Canoura. Y no exactamente. Lerroux había aplicado una tarifa de 10 céntimos cuando lo estipulado son 10 pesetas, o algo similar.

Así no es extraño que todo el pulpo entre por allí después de que se corrió la voz. Pronto abandona Lugo el cordobés.
    
      
 

Más en Álbum de los lucenses
Comentarios