Alejandro Fernández y González

Alejandro Fernández, hasta el último mordisco

El guardia civil de A Fonsagrada se enfrenta a un centenar de rebeldes que lo dan por muerto, pero…

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El Progreso 11/01/2022

LOS COMBATES CUERPO a cuerpo entre los soldados españoles y los mambises están a la orden del día. Verse envuelto en uno de ellos es una posibilidad muy cercana y a Alejandro Fernández y González (A Fonsagrada, 1860), la vida le reserva uno muy particular que salta a la prensa, gracias a lo cual hoy conocemos su historia, sin grandes investigaciones.

Alejandro nace en Robledo, dentro de la parroquia de A Veiga de Logares, pero de su peripecia vital no se tiene información hasta encontrarlo como guardia de segunda clase en la primera compañía de la Guardia civil de Sancti Spíritus (Cuba), destacado en el fortín número 17 de la línea de Tunas de Zaza, donde la máxima autoridad militar es Enrique Barreiro del Riego, sobrino del famoso militar asturiano Rafael del Riego, el del himno.

A la una de la tarde del 23 de agosto de 1897, cuando ya es un talludo veterano de 37 años, Alejandro y dos compañeros salen del fortín en busca de provisiones. Cuando regresan, un grupo de insurrectos que se calcula entre 60 y 100 hombres, cae sobre los tres. 
La diferencia es tan grande que ni en la más optimista escena cinematográfica de trompazos se espera que el héroe pueda salir airoso. Así lo entienden los dos compañeros de Alejandro, que entregan sus armas con solo ver la masa de atacantes.

Sin embargo, el fonsagradino no está por rendirse así de fácil y decide, como hacen los chicos de las pelís, vender cara su piel. El hombre se atrinchera en una cerca y abre fuego contra los mambises. En algún momento, dice el cronista, Alejandro les grita que la Patria le ha dado aquellas armas para defender su integridad y lo va a hacer con todas sus fuerzas.

Pero esta misión sí que es verdaderamente imposible y acaba rodeado por veinte de los rebeldes. No se dice cuántas bajas ocasiona entre ellos, pero se estima que  fueron casi otras tantas.

Este grupo le propina once machetazos, que es el arma propia de estas partidas, y el guardia cae sin sentido. El grupo sigue su marcha hacia otro lugar, pero queda uno de ellos dedicado a la labor de desnudarlo para aprovechar cuanto de útil pueda portar, desde el calzado, la ropa, las armas, al más insignificante objeto, pues esa es su principal fuente de intendencia.

Cuando intenta despojarle de la canana, Alejandro recobra el ánimo y sin otra arma a mano, le propina el mayor mordisco del que es capaz en una pantorrilla que comienza a sangrar.

Grita el insurrecto por el dolor y regresan a donde están cuatro o cinco compañeros que ya se habían alejado. Tres machetazos más sobre el desnudo gallego y lo dan por muerto definitivamente.

Desde Zaza se envía una partida para recoger su cadáver, pero por segunda vez se equivocan. Alejandro, masacrado en todo su cuerpo, está vivo todavía, de modo que lo trasladan a una cama hospitalaria.

En ese lecho permanece durante más de medio año, ahora en lucha contra la muerte. Y vence.

Su estado es lamentable y la prensa, con esa crueldad de épocas pasadas, no se priva de decir que más le valdría haber muerto, pues queda “como alelado”. Se le concede una cruz al valor que le permite cobrar 20 céntimos diarios. Ni entonces le sirve para sobrevivir. Se pide ayuda a la sociedad Naturales de Galicia y al Centro Gallego, que recaudan 24 pesos en plata metálica y 386 pesetas, más tabaco para el viaje.

Tras un embarque frustrado en el vapor San Fernando por falta de documentos, Alejandro  llega a en Cádiz. ¿Sigue hasta A Fonsagrada? No podemos certificarlo.
 

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