Kiko Veneno: "De hippie viví en una cueva, en una casa derruida, en chabolas"

Con 67 años recién cumplidos, Kiko Veneno está a rebosar de creatividad. Su último proyecto, el libro disco ‘Sombrero roto’, se hará notar este viernes en el teatro Principal de Ourense

Kiko Veneno. AEP
photo_camera Kiko Veneno. AEP

EN MEDIO de la revolución, Kiko Veneno supo que los agujeros de su sombrero serían para siempre. En 1977, Raimundo, Rafael Amador y él pusieron la música patas arriba con Veneno. En una de sus canciones decían: "Me quiero asegurar/ de que mi sombrero esté bien roto/ y los rayos puedan entrar en mi cabeza".

¿Por qué estudió Filosofía?
Entré en Ciencias, pero no me gustó nada; estaba ya devorado por el amor a la poesía y a la música. Me pasé a Filosofía y Letras, estudié Historia del Arte, Literatura… La salida de los licenciados era ser profesor en enseñanza media. Curiosamente, mi promoción fue la primera que no tuvo el trabajo asegurado al acabar. Entonces tuve que buscarme la vida. Trabajé haciendo encuestas del Instituto Nacional de Estadística por los pueblos. Ahí se me cruzó la música por el medio y ya no lo intenté retomar.

Antes de dedicarse a la música se fue a ver mundo.
En el último año de licenciatura estuve ocho meses en Estados Unidos. Fue un salto importante para mí. El viaje fue una epifanía, lo que más recuerdo es que, cuando vine, hablaba muy bajito, estaba contagiado por los americanos, que hablan con calma. Allí no se grita tanto como aquí y la gente no hablaba mal de nadie que no estuviera delante.

A su regreso, para no oír gritar, se fue a vivir a una cueva.
En mi época hippie estuve en la isla de Gran Canaria viviendo en una cueva, en una casa derruida, en chabolas en la playa… Fue antes de hacer Veneno. Estuve como nueve meses allí.

A semejanza del protagonista del primer libro que leyó, El libro de la selva.
Lo leí muy pequeño, pero lo tenía en la memoria medio borroso. Después de mayor me di cuenta de lo que me influyó esa obra. La historia tan alucinante de un niño criado por una loba y los peligros de la selva.

Sombrero roto suena a música tribal, festiva y grupal. Lo compro. Quería hacer algo alegre, vital, que desprendiese entusiasmo y alegría.

Y, una vez más, renovó su sonido por completo. ¿Busca ser vanguardia?
No tengo intención, eso le pertenece a la gente joven. Me conformo con ser actual y seguir el desarrollo de la creatividad. Ver reflejado mi espíritu, aventurarme y seguir el amor por la música.

El primer instrumento musical que tuvo en la mano fue un xilófono.
Los americanos llegaron a España en los años sesenta, negociando lo de las bases. Yo estaba en los Salesianos, era un niño de 8 años, y repartieron juguetes. A mí me tocó un xilófono. En mi casa no había ningún instrumento y lo recuerdo con mucho cariño.

Y de la infancia de su hijo viene el tema Yo quería ser español, que no se refiere en absoluto a lo que puede parecer por el título.
Mi hijo Adán, cuando tenía 4 años, estaba jugando y lo sorprendí recitando este soniquete: "Yo quería ser español y tirar una naranja al agua". Lo decía con toda la inocencia de un niño que está aprendiendo el lenguaje. Cuando estaba componiendo la canción se me ocurrió esta idea de mi niño y fui llevando el tema a este terreno. Es una frase sin significado antropológico ni político. Quería quitarle dramatismo a lo de ser españoles, ser catalanes... lo que sea, pero dándole naturalidad.

En este disco, más que narrar, dibuja y traza emociones.
Al fin y al cabo de lo que nos acordamos de las historias son las sensaciones que nos producen. Pero también cuento historias, como la de Chamariz, que muestro mi amor por este pájaro. O la historia mía del Autorretrato con ironía, humor y comicidad. Tiene un aspecto facilón la canción. Es una mirada humorística sobre uno mismo, una apuesta ganadora, porque la gente siempre se identifica contigo cuando cuentas tus defectos.

¿Qué sensación le quedó en la memoria de Veneno?
Que me llenó de alegría, habíamos dado un salto adelante haciendo algo nuevo e imprevisto. Después Raimundo y Rafael dejaron el grupo y formaron Pata Negra. Ahí me hice la pregunta: "¿Y ahora cómo continúo yo?". Y lo hice como pude, pero siempre con la insatisfacción de no crecer con el sonido de Veneno que tanto nos había entusiasmado. Durante unos años hice cosas para mantenerme en la profesión, sabiendo que no era lo mejor que podía hacer. Tuvo que pasar desde el 77 al 92 para que yo pudiera retomar mi carrera profesional con Échate un cantecito. Durante todos estos años estuve manteniéndome, esperando mi oportunidad.

¿Fue difícil?
Hasta que cumplí los 40 años no pude vivir de la música. Lo tuve que compaginar con otras cosas. Durante seis años trabajé en una oficina de la Diputación de Sevilla como coordinador cultural.

Hasta que encontró su estilo…
Hice varios caminos a partir del 92 en esa dirección. Después terminé mi contrato con las compañías multinacionales. En el 2000 empecé con la autoproducción porque las compañías nos daban la espalda. Ahora mismo tengo la ilusión puesta en este trabajo. Es algo renovador, que llega en un momento de oscuridad en todo el planeta, no sabemos hacia dónde va el mundo, hay fuerzas que no dominamos… Entonces hay que intentar ser felices y hacer las cosas lo mejor que podamos, agarrarse a la alegría, antes que al sentimiento de que todo está mal.

Tiene 67 años y en vez de hacer discos recopilatorios y vivir de sus hits del pasado, continúa reinventándose. ¿Por qué?
No tengo la intención, soy de tirar para adelante y hacer cosas nuevas. La industria española tampoco me propuso estas cosas de recopilaciones, que tendrían su lógica. Siempre he sido un poco outsider y marginal. Quizás he tenido demasiada conciencia y la lengua demasiado clara. No soy un adulador nato ni un propagandista de mí mismo, cualidades muy necesarias para que las corporaciones trabajen a tu favor. Siempre mantuve mi independencia, rebeldía y pensamiento libre; aunque con menos cosas y éxitos, y eso no es bien recibido.

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