¿De quién es el mejor prado de la parroquia barallesa de Penarrubia?

Entre los bienes registrados por la Iglesia en la provincia hay un terreno de 18.885 metros cuadrados en esta parroquia barallesa. Eduardo Álvarez buceó en los registros y halló un testamento de 1884 que demuestra que la finca debería ser a día de hoy de la Xunta
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photo_camera Indicador de la población de Penarrubia. XESÚS PONTE

No solo es el mejor prado de Penarrubia, "sino el mejor de todo el valle de Neira de Rei", dice Eduardo Álvarez González, criado en el lugar, para explicar la importancia de esa finca, cuya historia se puede recrear a través del testamento que el 25 de enero de 1884 hizo José Nadela y Tellado, cura de la parroquia. El sacerdote dejó sus bienes a sus hermanos, Andrés y Juana, con la excepción del gran prado de Penarrubia y otras cuatro fincas.

Eran predios que habían sido de la Iglesia hasta que llegó la desamortización, por lo que pasaron a propiedad del Estado, que en 1856 los subastó. Los compró el cura, pero lo hizo a título particular. Y así se reflejó en su testamento. A la hora de la muerte, ante el notario del municipio —que entonces se llamaba Neira de Jusá—, estableció que esas fincas quedaran durante 300 años como usufructo para los curas que sucesivamente estuviesen al frente de la parroquia.

Álvarez remarca ese carácter usufructuario y para un periodo de 300 años del legado del cura, quien al testar daba orden, además, de que llegara copia del testamento al Obispado. El documento deja claro que José Nadela y Tellado quería que los curas tuvieran el beneficio de las fincas, pero no la propiedad.

"En aquella época de escasez, el prado era fundamental para todas las economías domésticas de Penarrubia"

Quizás, especula Álvarez, el religioso tenía miedo de que viniera otra desamortización y por eso descartó dejar las fincas al Obispado. Le parecería más seguro para garantizar la propiedad esa fórmula del usufructo temporal. "Pero el hecho es que el testamento es claro", sostiene.

Las cláusulas del testamento se extienden hasta el año 2184 y no se puede aventurar qué normas de derecho sucesorio estarán vigentes para entonces, pero con la legislación actual las fincas deberían pasar a ser de la Xunta, remarca Eduardo Álvarez.

DSC_0943Esta propiedad (en la imagen), que está al lado de la iglesia parroquial, tuvo siempre una gran importancia para Penarrubia, según cuenta. Tiene un sistema que permite el riego todo el año y es tan grande que tradicionalmente la llevaban en arriendo trece de los catorce vecinos de la parroquia. "En aquella época de escasez, el prado era fundamental para todas las economías domésticas de Penarrubia", relata.

Las rentas eran para el cura, no para el Obispado, "que nunca tuvo el mínimo compromiso con la parroquia", sostiene Eduardo Álvarez. Cuenta, así, que en Penarrubia había una rectoral, esa sí del Obispado, "que era un caserón fantástico. Pero se dejó caer, porque nunca se atendió", lamenta.

Su voluntad era que asistieran a su entierro "veinte señores curas", y que se dijeran por su alma y obligaciones 500 misas

"En cambio, ahora, se descubre que el Obispado registró a su nombre esta finca, de la que es público que no tiene el pleno dominio", sostiene Álvarez. El registro se hizo con un autocertificado que viola lo dispuesto el 25 de enero de 1884 por el cura.

José Nadela y Tellado estaba en su cabal juicio y entendimiento cuando hizo testamento, según certificó en su día el notario. Pero estaba enfermo y debía saberse a punto de morir, pues en el testamento se escribe que se encontraba "en cama, padeciendo la que Dios fue servido de darle".

El documento refleja que el religioso estaba "temeroso de la muerte, cosa tan natural y cierta a toda criatura". Y por esa fe, dejó muy claro cómo debía ser su funeral y las oraciones que en el futuro debían rezarse por él. Su voluntad era que asistieran a su entierro "veinte señores curas", y que se dijeran por su alma y obligaciones 500 misas, que se le deberían dedicar durante los 300 años siguientes a su muerte.

No se olvidó de la Iglesia al testar. Dejó 50 pesetas a la parroquiade Penarrubia y otras 50 a la vecina parroquia de San Martín, de la que también era cura. También legó 50 pesetas más para el Papa León XII.

El cura, que era natural de Montecubeiro, en Castroverde, tenía capital, así que se explica que su legado fuera generoso. Tras rastrear en su pasado, Álvarez cuenta que el sacerdote hasta participaba en embargos y hay un documento en el que un vecino reconoce una deuda con él de 300 pesetas.

El hecho de que tuviera riqueza explicaría que pudiese pujar por los bienes que el Estado había desamortizado en su parroquia. Al cura también le habría beneficiado el hecho de que estaba muy mal visto que los laicos acudieran a las subastas de los bienes desamortizados, dice Álvarez. Cuenta que, de hecho, una familia de un lugar próximo fue sometida a una paulina (una especie de escarnio público) por pujar por fincas que el Estado vendía tras retirar la propiedad a la Iglesia.

Rebelión de los vecinos hace un siglo
Los vecinos de Penarrubia y San Martin se enfrentaron al Obispado para que cesara a un cura que había sido impuesto por una familia. Y es que a principios del siglo XX, la sociedad aún conservaba hábitos feudales. La familia Santiso Ulloa, que era la dominante en la zona, tenía el derecho de nombrar cura, pero cuando vendieron su patrimonio, los nuevos propietarios entendieron que también habían comprado ese derecho, lo que provocó las protestas.
Publicación
El suceso era publicado por El Progreso hace un siglo.

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