O Valadouro recuerda a sus emigrados a La Habana

La parroquia valadourense de Vilacampa guarda un grato recuerdo de su gran benefactor, el emigrante en Cuba Joaquín Díaz Villar 
José Antonio Lorenzo sostiene una foto suya de joven, junto a otra de Joaquín Díaz en un homenaje en La Habana. ÁLVEZ.JPG
photo_camera José Antonio Lorenzo sostiene una foto suya de joven, junto a otra de Joaquín Díaz en un homenaje en La Habana. ÁLVEZ.JPG

El libro de Prudencio Viveiro sobre la emigración de los valadourenses a La Habana —el principal destino de los que hace un siglo marcharon buscando una mejor vida y también huyendo de la temida guerra con Marruecos— buscaba acercar a la actualidad el reconocimiento a los muchos paisanos que aunque residiendo lejos nunca olvidaron las necesidades del lugar que dejaban y ayudaron con su tiempo y su dinero a mejorar las condiciones de sus parroquias.

Un buen ejemplo es el de Joaquín Díaz Villar, uno de los muchos jóvenes prófugos que cruzaron el charco y de los pocos que al otro lado del Atlántico se convirtió en una persona con poder y dinero, reencarnando el sueño del emigrante, "que dende os postos máis baixos chega a ocupar as máis altas responsabilidades", asevera Viveiro en su obra Os irmáns de América, donde traza a través de periódicos de uno y otro lado la vida de los valadourenses que eligieron Cuba para asentarse.

Joaquín comenzó a trabajar en un café antes de entrar como dependiente en una tienda hasta que en 1905 empezó como vendedor en El Encanto, que llegaron a ser los grandes almacenes más importantes de Cuba y donde nació la organización por departamentos: Teen Age o Club 21 para jóvenes, Salón Francés para señora y Salón Inglés para caballeros (una distribución que luego copiarían los creadores de El Corte Inglés y Galerías Preciados, que se formaron en El Encanto).

La carrera del valadourense dentro de la firma fue creciendo poco a poco hasta llegar en 1920 a ser gerente para, dos décadas después, convertirse en vicepresidente y, en 1948 tras el fallecimiento de su fundador y protector Aquilino Entrialgo, presidente del consejo de administración.

SOCIEDAD. Su estancia en Cuba fue paralela al mantenimiento de la relación con otros emigrantes y de todos ellos con su lugar de origen, sobre todo a través de la sociedad de Hijos del Valle de Oro en La Habana, de la que fue miembro fundador en 1907.

Una entidad con cuyos fondos se construyeron cuatro escuelas en O Valadouro y Alfoz y se ayudó en la financiación de otras dos, además de prestar fondos para otras variadas causas, desde reparación de fuentes o lavaderos hasta las Festas do Oito. El propio Generoso Díaz Villar cuantifica en más de 140.000 pesetas la inversión de la sociedad, según reza en un artículo publicado en El Progreso en 1933.

Fue en la enseñanza donde pusieron más empeño. La primera de las escuelas en levantarse fue la de Vilacampa, la parroquia natal de los Díaz Villar, de la que Joaquín fue un importante benefactor. Con su dinero se reconstruyó la iglesia, a cuya inauguración acudió en 1949 en un acto que presidió el obispo.

"Era un home moi relixioso", recuerda José María Lorenzo, marido de la ya fallecida Carmiña Lorenzo Díaz, sobrina nieta de Joaquín. Su hermano, Jose María Lorenzo (que compartía nombre con su cuñado) fue una de las personas que emigró de la mano de Joaquín, con la promesa de un buen empleo.

No era el primero al que reclamaba, pues ya ayudó con anterioridad a dos hijos de su hermano José, el único de los tres que no emigró a Cuba, donde también se asentó Generoso, "pero o caso é que eran da parte contraria e non deron ben e ao principio recelaba un pouco de José Antonio, pero foi moi traballador", cuenta su cuñado desde O Valadouro, donde José Antonio volvió en varias ocasiones, sobre todo después de su trasladado a Alicante como responsable de una importante firma de calzado. Un buen empleo que le llegó tras su marcha de Cuba, de la que salió al igual que su tío Joaquín "cando veu Fidel".

Joaquín se instaló en Miami, donde se marchó un año antes del estallido de la revolución y desde donde seguro siguió con pena la desaparición de los grandes almacenes, destruidos por varias bombas, en 1961, "un episodio aínda sen esclarecer", aclara Prudencio Viveiro. Falleció en 1974, solo un año antes de que lo hiciera José Antonio de manera repentina a los 39 años.

La última vez que Joaquín pisó la tierra que lo vio nacer fue en 1970, "pero viñera moitas veces, coincidindo sobre todo coa festa do 15 de agosto", recuerda el marido de Carmiña, que conserva en la retina la misma imagen que tiene en una antigua foto de Joaquín vestido de blanco impoluto, con esos trajes con los que siempre se relaciona a los indianos.

"Viña sempre con bos coches e traía ata chofer e acompañábao a súa muller a as tres fillas. Pola festa adoitaba xuntar aos novos, que entón había moitos, e darlles unha propina, unha peseta ou así. Veu moi rico", asevera José Antonio, de 84 años de edad, que se acuerda también de que "poñía coches para levar os nenos ao catecismo e pagáballe os estudos no Seminario de Mondoñedo a algún neno, aínda que só un saíu cura", asevera, recordando el esfuerzo de los emigrantes por la formación de los jóvenes, que incluyó a través de la sociedad El Valle del Oro, dinero para material y efectivo para los que mejores notas obtuvieran.

"O certo é que a parroquia débelle moito", cuenta el hombre desde la cocina de su casa, conocida como O Lagar, como bien bonito reza en la puerta, mientras repasa las fotos antiguas en una de las cuales aparece Joaquín en un homenaje que le rindieron en Cuba por sus cincuenta años en El Encanto los trabajadores de una firma que contaba con varias sucursales en la isla.

Busto. Un reconocimiento del que también gozó aquí, pues en Ferreira le obsequiaron con una comida con motivo de las patronales en 1956 y junto a la iglesia que rehabilitó en Vilacampa sus vecinos levantaron un busto en reconocimiento a su gran labor.

"Non hai moito que o viñeron limpar", recuerda José Antonio sobre una escultura de mármol en la que no es posible identificar si no se conoce la historia, un lamento del que se hace eco Viveiro.

Una zona, la del entorno de la iglesia, en la que la memoria de José María lo recuerda en las grandes meriendas típicas en la romería de la Ascensión, un lugar antaño repleto de gente y donde más de una vez demostró sus dotes de buen bailarín.

"Facíao moi ben e as rapaciñas querían bailar con el", asiente José Antonio y el caso es que no fue todo trabajo en la vida de Joaquín Díaz Villar, pues en Cuba llevó varios premios como intérprete de danzón, uno de los bailes típicos de las islas.

La relación con sus descendientes ya no se mantiene, aunque hace años una de las hijas de Joaquín se acercó hasta el municipio de O Valadouro para visitar la zona en la que nació su padre y recordar sus visitas de antaño. En el último viaje de Joaquín lo acompañó su nieta, con la que logró contactar Viveiro y que sigue residiendo en Miami, donde es profesora en la universidad.

Con quien sí guarda relación José Antonio es con los hijos de su cuñado, sobre todo con el pequeño Fran "que xa é avó" y que ha sido el que más se ha prodigado en sus viajes al lugar donde nació su padre y donde vive su tío y su primo. Hay fotografías de algunos de sus viajes en la misma fachada de la casa, donde ahora posa José Antonio que aunque tuvo oportunidad de viajar a Cuba cuando su cuñado vivía "nunca nos animamos", reconoce, pero sí que estuvo con su esposa en Alicante, "onde meu cuñado tiña un gran pode", recuerda.

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