La farera siempre está confinada

La encargada del faro de San Cibrao, Elena Aramendia, está habituada a residir sola pero estos días echa de menos algún contacto físico
Elena Aramendia. EFE
photo_camera Elena Aramendia. EFE

“Nuestro confinamiento es mucho más soportable que el de la mayoría. Trabajamos siempre solos”, cuenta Elena Aramendia, que vela por la seguridad en la mar. Su casa es uno de esos faros del fin del mundo, como el que noveló Julio Verne. Y en él —el de San Cibrao— se ocupa de que el control de las señales esté en orden, pero también cose, lee, estudia, ve series y cocina bastante.

Los de su gremio están curtidos en una tarea que, a ojos de los demás, podría moverse entre la soledad y el romanticismo y quizás su particular centro de trabajo se vislumbre como el “refugio idílico” ante una pandemia como la del Covid-19, un patógeno que ha obligado al confinamiento domiciliario. En esos enclaves donde la tierra se despide y se deja abrazar por el océano, la intimidad de estas torres de luz potente es la misma de siempre. Que se lo digan a Elena, una de las últimas fareras en Galicia y responsable de los sistemas de ayuda a la navegación en la costa de Lugo.

Reside Aramendia desde 1986 en la torre de San Cibrao y también se encarga de la coordinación de los vecinos faros de Punta Roncadoira e Illa Pancha. La baja de una compañera la ha abocado además ahora, durante unas jornadas, a hacer lo propio con el de Estaca de Bares y con las balizas de la ría de O Barqueiro.

Esta funcionaria es una de las cuatro profesionales que resisten en la Autoridad Portuaria de Ferrol-San Cibrao a la paulatina extinción de un oficio histórico, pues toma el relevo la tecnología. Junto a ella, aguantan “al mando” Mercedes Aranceta, Carmen Carracedo y Miguel Cernuda, “mayoría femenina clara”, señala Elena. Y comenta que la “situación actual no cambia en nada nuestro trabajo, que consiste en las visitas semanales a las señales”.

Aramendia también coordina los faros de Punta Roncadoira e Illa Pancha y, de forma temporal, el de Estaca de Bares en A Coruña

Su función clave, la concreta: labores de mantenimiento para “evitar incidencias”, puesto que esas infraestructuras ya están “en su gran mayoría telecontroladas”. Por eso, en caso de problemas, se enteran por una metodología tan convencional como “una alarma en el teléfono” y, si salta, “procedemos a las actuaciones necesarias, ya sea por telecontrol o con presencia física”.

En su tarea está acostumbrada Elena Aramendia a actuar sin ver la cara de superior alguno “dada nuestra lejanía con Ferrol”; pero sigue siendo “un trabajo en equipo”. No en vano, su relación es “habitualmente telefónica o por correo electrónico” pues “los faros están normalmente alejados de núcleos de población”.

Por suerte el de San Cibrao, su evocadora residencia, “está muy cerca del pueblo” y su entorno es, asimismo, un lugar de “paseo habitual de la gente”. Aún con esta proximidad, alguien de su oficio, apunta, juega con evidente “ventaja” en un mundo al que le cuesta recluirse en casa. “Nosotros trabajamos solos y sin miedo al contagio”, confiesa, e incide en el “intangible” que obtiene de su encomienda: “Disfrutamos de la libertad de trabajar en sitios con vistas espectaculares; en nuestras casas, nuestras ventanas dan a la luz, al mar, a la naturaleza”.

Aramendia sí reconoce, pese a ello, que en un aspecto concreto el encierro obligado “es igual de duro para todos”, en su caso por quedar privada en estas semanas de “contacto físico alguno con la familia, con nuestros amigos y con los que nos son cercanos”. Afronta por este motivo las restricciones del estado de alarma “con el peso de la preocupación” al tener a sus dos hijas en Madrid, además de con una inquietud que no oculta por el resto de sus parientes. Su deseo es, por tanto, con estas circunstancias personales o sin ellas, común al de los 47 millones de españoles: “Que todo pase lo más rápido posible”.

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