Es habitual verle correr por la playa de A Rapadoira, o en bicicleta por el paseo de Foz, y sorprende, ¿o no? Porque a quien le digan que Emilio Suárez tiene 77 años (León, 1944), no lo cree. El deporte es su tratamiento diario para mantenerse fresco y sano, vital.
"De pequeño el deporte era trabajar en el pueblo, en Matueca de Torío", recuerda. Su vida profesional estuvo ligada a la empresa Telefónica, pero se jubiló hace un par de décadas, y fue entonces cuando empezó su idilio con el deporte. Pero la genética también cuenta. "Soy duro; mi vida fue dura", advierte, y relata su día a día en Foz, donde pasa unos seis meses al año, mientras que en invierno va a León. "Hago unos 8 o 10 kilómetros diarios corriendo, a veces por la playa, otras subo al Pico da Lebre, otras veces por las playas, y luego, por la tarde, unos 40 o 50 en bicicleta de montaña donde voy hasta Ferreira, o hasta la playa de As Catedrais, a Burela, a San Cibrao... Si no lo hago me falta la vida", afirma.
Pero no solo hace bicicleta y correr. Practica el frontenis con raqueta cuando está en León. "Ya empecé a jugar antes de jubilarme y gané muchos trofeos; es un deporte muy duro y cuando voy a León juego un par de horas con chavales de 35 o 40 años y no me ganan fácil; soy muy correoso", subraya. Y es algo que echa de menos, porque desde que comenzó la pandemia ha pasado la mayor parte del tiempo en Foz.
Cuando le preguntas por su secreto, sube los hombros y responde: "Yo no me privo de nada; mi mujer dice que no como, que devoro, pero es que luego lo quemo todo", advierte. "Es verdad que hay cosas que me gustan más que otras, pero yo como de todo; eso si, mi botellita de vino de tres cuartos a la comida no me la quita nadie", sonríe, y cuenta que desde hace muchos años "peso 80 kilos, pero 80 kilos de músculo".
Otra de sus costumbres es bañarse casi todos los días en la playa de A Rapadoira. "Tanto en invierno como en verano", explica.
GROENLANDIA. Hace casi una década también probó otro deporte, el kayak. "Fui con mis dos hijos a Groenlandia; teníamos que remar 8 o 10 horas entre glaciares", cuenta. La expedición la formaban 30 personas y al principio no le querían llevar por la edad, pero su hijo Adrián insistió: "Si está mejor que todos nosotros", decía. "Al final todo eran halagos; había que subir montes, cogía el kayak al hombro e incluso tenía que ayudar a los compañeros", relata.
Hace dos años tuvo un susto. Sufrió un mareo. Estuvo una semana en el hospital, le hicieron numerosas pruebas, y lo que en principio parecía un infarto fue vértigo. "De hecho me hicieron una prueba de esfuerzo en cardiología; cada vez la cinta la ponen más rápido y yo seguía corriendo y cuando terminé me dijo el médico que ya le gustaría a él estar tan bien como estaba yo", relata.
El trofeo al más veterano
No lleva teléfono
Para hablar con Emilio hay que llamar a su mujer. "Tengo teléfono, pero no lo llevo nunca encima; ¿para qué?", responde.