Roberto Mateos, que fue profesor en Viveiro, recorre el planeta con su bicicleta

De entre los lugares que más le han impactado señala Turquía
Con las montañas japonesas de Omishima de fondo. EP
photo_camera Con las montañas japonesas de Omishima de fondo. EP

Roberto Mateos (Burgos, 1972) mezcla la bicicleta y los viajes, sus dos grandes pasiones, y así recorre decenas de países. Su último viaje fue a Japón, pero ha estado en Mongolia, Cuba, Argentina, Chile, Senegal, Australia o Nueva Zelanda, además de viajes por España o por distintos países de Europa. Castellano de nacimiento, es profesor de educación física y ha vivido en Murcia y Extremadura, entre otros lugares, hasta llegar a Viveiro, donde estuvo 11 años dando clase en el IES Vilar Ponte.

Recuerda que en 2003 trabajaba en Murcia y estaba convaleciente de una operación de rodilla: “Vi un reportaje en la televisión de un chico que hacía viajes en bicicleta y me puse en contacto con él. Quedamos, y ese mismo año me propuso hacer un viaje, pero yo no podía por la lesión; seguimos en contacto, y al año siguiente fui con él y otros amigos a Australia un par de meses”, cuenta.

Como profesor, Roberto viaja casi siempre en verano, aunque en otras ocasiones pide permisos para poder hacerlo durante el curso escolar, como en el último viaje, donde estuvo más de dos meses en Japón, desde noviembre de 2018 a enero de 2019. Allí, como en la mayoría de sus viajes, recorrió el territorio nipón acompañado por su pareja, Raquel. Sobre esa experiencia concreta relata que “Japón es un país que destaca por su civismo y la ayuda al extraño”.

CAMBIO DE PLANES. Este año tenía pensado un viaje por Europa. “La idea era dejar el coche en Munich y bajar por Austria hasta los Dolomitas y luego hasta Venecia y Eslovenia y regresar de nuevo por Austria hasta Munich, pero ahora ya nada” dice, resignado ante las consecuencias del coronavirus.

“En Europa todo es más civilizado, estamos mejor preparados para el cicloturismo, pero no es tan cercano”

De entre los lugares que más le han impactado señala Turquía. “Me llegó la corazón”, recuerda. “Son espectaculares, hasta la policía te para y te invita a un café”. “También me impactó Mongolia. Cuando llegamos a su capital, Ulán Bator, nos alojamos en casa de un holandés que llevaba dos años viviendo allí. Y nos dijo que a la hora de dormir estuviéramos visibles, que pidiéramos permiso a las pastores nómadas para pernoctar cerca de ellos y en muchas ocasiones compartimos la cena con ellos, cerca de las yurtas, donde viven”.

También viajó a África, donde “la gente es muy cercana y lo poco que tienen te lo dan”, señala, y lo compara con Europa. “En Europa todo es más civilizado, estamos mejor preparados para el cicloturismo, pero no es tan cercano”, señala, y apunta: “En el Atlas marroquí nos invitaban a quedarnos en sus casas”.

Pero no todo fueron experiencias positivas. En África, Roberto pasó por momentos delicados. “Viajaba con mi pareja y un amigo, Luis. Estábamos visitando un parque nacional entre Mauritania y Senegal y nos invitaron a un té. Ellos no tomaron, pero yo sí, y el agua debía estar contaminada”, explica. “Al día siguiente me empecé a encontrar mal, y regresamos a Sant Louis, al norte de Senegal. En un mismo día tenía picos de fiebre de 41 y a las 5 horas estaba en la calle dando un paseo con 36”, cuenta.

A Roberto todavía le queda mucha fuerza en sus piernas y la pasión por los viajes no la está perdiendo

“Fui a un hospital público”, sigue relatando, “donde me hicieron la prueba de la malaria y dio negativo, pero yo seguía en la misma situación. Fui a dos médicos de pago y me dijeron que no tenía nada. Cuando ya tenía previsto regresar a España, visitamos a un médico que tenía doble nacionalidad, alemana y senegalesa, y que era médico especialista de enfermedades tropicales del ejército alemán. En cuanto me vio, no sé cómo, me dijo que tenía tifus. Me quedé ingresado en su clínica cuatro días, donde me dieron antibióticos para tifus y malaria, para prevenir que pudiera tener algo, y a los cuatro días me dieron el alta, aunque estaba muy débil y nos quedamos descansando en Sant Louis otros cinco días”, recuerda.

A Roberto todavía le queda mucha fuerza en sus piernas y la pasión por los viajes no la está perdiendo. Dice que tiene varios en mente. “Uno, que tengo que hacer pronto, porque ya voy cumpliendo años y es duro, es la carretera del Pamir, que pasa por las antiguas repúblicas soviéticas, son países muy cerrados, muy salvajes, por Tajikistán e Uzbekistán y pedaleas a 4.000 metros de altitud”, señala haciendo notar que es parte de la Ruta de la Seda.

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