"Me arruiné dos veces"

Waldo González lleva 14 años al frente de Panadería Rubal de Mondoñedo, que reparte a diario en tres rutas por la zona y en Asturias
Waldo , panadero de Mondoñedo - foto jm alvez
photo_camera Waldo González. JOSÉ Mª ÁLVEZ

Hay vidas que se cuentan en un suspiro, pero resumir otras supone un esfuerzo de condensación solo apto para quienes dominan el arte de la palabra, como le ocurre a Waldo González, un mindoniense que es capaz de vender arena en el desierto. A sus 55 años ha hecho casi de todo y la lista es tan grande como su complexión.

"Empecé con trece años de camarero en Foz porque mi madre quedó viuda muy joven y tenía que ganarme la vida", dice en el arranque de sus profesiones que incluyen, atención: ferretero; encargado de máquinas de vending "de esas primeras que decían su tabaco gracias y tengo visto gente mirando detrás a ver quién había (risas, claro)"; responsable de tiendas de deportes —Waldo Sport, que fue patrocinador del equipo mindoniense que llegó a Primera División—; freelance para la TVG, reportero de Cadena Ser, criador de caracoles y de caballos de pura raza, árbitro de fútbol, responsable del Hotel Mirador Mondoñedo y panadero, que se acuerde.

La carrera de cerdos en 1992 fue una de sus ‘waldadas’

De lo que no se olvida es de las malas rachas y se sincera, recordando que "me arruiné dos veces", cuenta alguien que se animó a promover una concentración de motos, que a día de hoy la consideran la Invernal de Galicia, y hasta una carrera de cerdos, que llegó a congregar en el mítico 92 "a 9.000 personas, según dijo el entonces Gobierno Civil con la presencia de animales llegados hasta de Extremadura. Si es hoy, voy preso", sentencia sobre alguna de sus waldadas, como sus amigos se refieren a sus ocurrencias.

Desde 2007 es panadero, un mundo en el que entró por azar. "Yo era cliente de Panadería Rubal cuando tenía el Mirador y un día llegué tarde a buscar el pan y lo habían terminado y les dije que me quedaban pocos días en el negocio, ya que se me acababa la concesión y como había sido concejal del PP y con la entrada del PSOE en la Diputación parece que el Mirador valía para cualquiera menos para mí. El caso es que en la panadería se iban a jubilar y nos dejaron el negocio", dice.

NUEVA VIDA. Corría el año 2007 y se embarcaba en un nuevo oficio que ha llegado a dominar. "Empezamos tres y ahora somos once trabajadores", cuenta sobre una pequeña empresa, que ha sobrevivido sin Ertes en esta época de covid, "aunque a veces mirabas al aire y hemos dejado de ingresar unos 93.000 euros", calcula.

Parte de estas pérdidas fueron motivadas por el cierre con Asturias, donde Panadería Rubal acude a diario como proveedor oficial del grupo de Cesáreo Eijo, "antes amigo que cliente" y famoso por su pulpo. "Atendemos otros negocios de hostelería y tenemos que ir en una furgoneta sin rotular porque la gente paraba por la calle al repartidor y lo llevamos solo por encargo", asevera. La cantidad que mueven es variada, aunque en épocas fuertes del verano llegan a los 600 kilos diarios.

Hay gente que cambia trigo por hogazas para todo el año

Un reparto al que suman otros tres por la zona, con cerca de 200 paradas totales, donde lo mejor es el trato con la gente. "Para algunas personas del rural somos su canal de comunicación y por nosotros se enteran de quién ha muerto o quién se casó y se establece una confianza tal que le llevamos la lotería y el cupón de la Once. Yo me he pasado todo el verano comiendo tomates de mis clientes y me dan judías, lechugas...", cuenta.

Waldo, que se vuelve siempre que oye un nombre acabado en aldo, "porque me lo cambian mil veces", asegura que el secreto de su pan es que no tiene secreto. "Usamos la masa madre que lleva en la panadería setenta años y trigo del país", un producto este último del que tienen cosecha propia pero también compran a proveedores locales, "que nos entregan el grano y le damos el pan para el año", como sucedía antaño.

Ese sabor del pan de toda la vida —que promociona a la entrada de la ciudad con unos carteles como los de población que casi le cuestan un expediente por señal peligrosa— lo exporta a través de los kits que envían a domicilio con todo lo necesario para poder hacerlo en casa. "Durante el confinamiento fue un auténtico boom y llegamos a vender 2.000, que fueron para Lugo, A Coruña, Alicante, Barcelona, Madrid, Sevilla, Las Palmas, Mallorca, Ceuta… incluso llegaron a Glasgow, que fue un capricho de un emigrante y lo pagó a precio de oro", comenta.

También su pan llegó a degustarse en Dallas, donde Waldo lo llevó envasado al vacío para hacérselo probar a la familia de acogida de su hija, que estudió en Estados Unidos con un beca primero de bachillerato. Ahora es ya una joven ingeniera aeronáutica, fruto de la relación con la mujer de su vida, natural de Lourenzá a la que conoció en Alicante, "donde fuimos de excursión y las compañeras del instituto de Mondoñedo quedaron con ella", cuenta.

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