Un negocio, toda una vida

Los placeros ponteses rindieron un pequeño homenaje a Encarna Picallo, la última en jubilarse tras casi medio siglo en el mercado

Encarna Picallo, con sus compañeros del mercado pontés. CARMEN GUERREIRO
photo_camera Encarna Picallo, con sus compañeros del mercado pontés. CARMEN GUERREIRO

Se jubiló hace ya varios meses, pero asegura que sigue soñando muchas noches con su puesto en el Mercado Municipal de As Pontes. "Fue toda una vida", dice, y no le falta razón. Trabajó allí casi 50 años y sus compañeros y el Ippec decidieron hacerle un pequeño homenaje.

"Nunca pensé jubilarme a la edad que me correspondía. Seguiría unos añitos pero me operaron en agosto, estuve de baja unos meses y me pilló la jubilación en diciembre", resume una mujer que cuando echa la vista atrás solo se queda con lo bueno.

¿Lo mejor? "La gente, desde luego", responde rápido. "El contacto con las personas, el hablar de nuestras cosas, conocer a los clientes, sus gustos... Son muchos años", dice. "Es un trato muy familiar, de amigos, es el mejor recuerdo que tengo", añade, mientras asegura que es algo que echa de menos, pese a que a muchos los sigue viendo.

"Los primeros meses me costaba mucho ir a comprar a la plaza. Ahora ya empiezo a ir, pero antes no podía porque salía llorando", precisa, y destaca otro de los buenos recuerdos: "La relación con los compañeros". Los mismos que el Día de los Mercados aprovecharon para regalarle una tarta y hacerle un homenaje sorpresa. "Un día de mucha emoción", dice.

Encarna empezó a trabajar con 18 años en el puesto de sus suegros y de su trayectoria solo recuerda lo bueno: "La relación con los clientes"

Y da un salto en el tiempo para resumir su historia. Con 18 años y recién casada empezó a trabajar en el puesto que tenían sus suegros. "Era en el mercado antiguo y tenía frutería, congelados... Era una especie de ultramarinos", explica una mujer que vivió todas las transformaciones del mercado y su modernización.

"Empecé de cero. Estuvimos allí 15 años. Abríamos por la mañana y por la tarde y cuando nos cambiamos a la zona nueva ya lo hicimos como carnicería —la bautizaron Encarnicería por como la llamaba una de sus nietas—", explica.

No le costaba madrugar —su puesto estaba listo siempre a las 8.00 horas—, es más, dice, su reloj biológico hace que se despierte todos los días a la misma hora que antes. "Lo más duro era el frío del invierno. Estás en las cámaras frías, allí no se puede poner calefacción y si te pones mucha ropa no te puedes mover", recuerda. Pero para ella es algo secundario.

Firme defensora del comercio de proximidad, guarda miles de anécdotas en su memoria sobre un trabajo que era a veces su segunda casa. "Tengo muy buenos recuerdos", dice, y destaca algo que sí que vio cambiar desde el otro lado del mostrador: "Cada vez más chicos y señores hacen la compra".

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