Mucho más que informática

El centro sociocomunitario de Vilalba cuenta con un activo grupo de una decena de voluntarios que colaboran en cursos de alfabetización para distintos colectivos 

Algunos de los voluntarios informáticos del centro sociocomunitario de Vilalba. EP
photo_camera Algunos de los voluntarios informáticos del centro sociocomunitario de Vilalba. EP

Cuando se juntan conceptos como alfabetización informática y personas mayores, los estereotipos llevan a pensar en imágenes de adorables abuelitos aprendiendo a encender un ordenador. Pero nada más lejos de realidad. Los voluntarios del centro sociocomuntario de Vilalba peinan canas y son adorables, sí, pero lo que los hace realmente únicos es la encomiable labor social que realizan de forma desinteresada desde hace años, con los ordenadores como su principal herramienta de trabajo.

Colaboran en cursos de alfabetización de Cáritas, dan clases a personas con discapacidad e incluso trabajan con reclusos, con los que llevan más de una década compartiendo nociones de informática en el centro penitenciario de Teixeiro (Curtis).

Lo hacen en el marco del proyecto Mandela, una iniciativa conjunta de la Consellería de Política Social -en Vilalba, el centro sociocomunitario que dirige José Antonio Pita-, el Ministerio del Interior y La Caixa que hace solo unos meses recibía una distinción de la Red Europea de Servicios Sociales por su éxito a la hora de fomentar la integración sociolaboral de los reclusos próximos a cumplir su condena. Hace diez años, ya se le concedió la Medalla de Plata al Mérito Penitenciario, en un acto que presidió la Infanta Cristina.

Fernando Justo, Manolo Felpeto, Carlos Pena, Pepe Rodríguez, Félix Campello y Argentina Novo -también hay tres voluntarios ponteses- son los que se turnan ahora para acudir a la cárcel cada lunes y cada miércoles, siempre con la misma rutina, salen a las cuatro de Vilalba, vuelven en torno a la siete. Y en medio, "ensinamos informática, o que nos piden, algúns xa teñen idea, pero tamén atopas xente que non sabe nin ler nin escribir", explican los voluntarios, que acuden a un aula con once ordenadores y una decena de atentos alumnos que cumplen condena por "alcoholemias, accidentes de tráfico, delitos de drogas...», aunque «nós nunca lles preguntamos por que están".

"A primeira vez que fomos entramos cun medo tremendo", cuenta Tita Criado, una de las iniciadoras del proyecto, a la que sus problemas de salud la han retirado temporalmente de este servicio, junto a Sofía Fraga, quien recuerda la «pena» que sintió al ver "aquela xente alí metida, todos rapaces novos".

"Son as raíñas do cárcere", bromean sus compañeros, sabedores del cariño que les tienen los reclusos, con los que aseguran que nunca ha habido problemas, si bien todos han pasado por ese instante de temor "cando se cerra a porta...". Pero el trabajo del equipo de inclusión, "Maite, Inés e José, que nos acompañan en todo momento", la vigilancia con cámaras y el familiarizarse con el espacio hizo que esa primera sensación pronto quedase atrás.

Algo similar pasó del otro lado de las puertas de cristal. "Ao principio non nos tomaban moito en serio, porque eles son rapaces novos e nós maiores, e non entendían moi ben o que faciamos", recuerdan, pero hubo un punto de encuentro, porque para ellos, "somos aire fresco".

El programa ha ido evolucionando, "somos pioneiros en incorporar mulleres reclusas", y suma celebraciones internas o salidas terapéuticas, pequeños detalles que contribuyen a su éxito y a que aquellos que forman parte de él consideren "un orgullo poder participar e axudar aos demais e, sobre todo, recibir o agradecemento e o cariño deles", en lo que consideran "unha experiencia inesquecible".

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