Más de 30 años y un hasta luego

Las monjas de Abadín, Paquita, Izaskun y Rosa, dejan el que fue su hogar durante décadas y aunque las primeras podrán visitar a sus vecinos desde Lugo, la extremeña se trasladó a Madrid
Izaskun, Paquita y Rosa, en la casa rectoral de Abadín.EP
photo_camera Izaskun, Paquita y Rosa, en la casa rectoral de Abadín.EP

Decía Machado que no hay camino, sino que se hace camino al andar y eso hicieron unas entonces jóvenes monjas de la Sagrada Familia de Burdeos, Paquita, Izaskun y Rosa, a las que el destino, o las ganas de ayudar a los demás, las llevó a Abadín hace ahora 33 años. Más de tres décadas después, concretamente hoy, se despiden del que fue su hogar y una referencia para sus vecinos, una para no volver y las otras para regresar siempre que sea posible.

Corría el mes de septiembre de 1987 cuando la hermana Esperanza Villanueva, que fallecía un año después de su llegada a causa de un accidente, se embarcó en la creación de una comunidad de religiosas en el rural gallego en sitios con escasa presencia de monjas "y nos encontramos con Abadín", rememora Paquita Mutuberria, natural de Navarra y que junto a la extremeña Rosa Fernández no dudó en unirse al proyecto.

En 1988 se les uniría Izaskun González, de Guipúzcoa aunque proveniente de Santa Coloma de Gramenet, donde impartía clases en uno de los colegios de la congregación. "Naquel momento non me fixo moita gracia o cambio", reconoce, pese a que a la larga "xa o vexo como un regalo de Deus", dice un día antes de dejar la que fue su casa, "pola que pasou un incalculable número de persoas", para asentarse en Lugo, de nuevo acompañada de su inseparable Paquita. Rosa, por su parte, ya reside en Madrid desde el pasado día 11, aunque el contacto entre las tres sigue siendo continuo.

Arrojadas a los brazos de las nuevas tecnologías, WhatsApp mantiene viva una larga convivencia en la que aprendieron a pulir diferencias, a respetarse y "a querernos", puntualiza Paquita con una sonrisa que se deja ver aun detrás de la mascarilla.

Paquita trabajó en el centro de María Mediadora, Rosa lo hizo como ATS e Ezaskun se dedicó en sus años de juventud a la enseñanza

Y cuando se les pregunta por el mejor momento de estas tres décadas, el silencio es largo y los recuerdos se agolpan. Hablan de casos concretos, pocos, porque "la discreción y el respeto inmenso a cada familia es lo que te abre las puertas", y definen la función que les sirvió de guía estos años. "Acompañar, orientar y caminar con ellos, pero siempre desde fuera", tal y como explica Paquita sobre el apoyo que ofrecieron a incontables abadineses, "sobre todo a gente mayor", informándolos sobre sus derechos y asesorándolos en diversos trámites.

Una ayuda que sigue la línea de la idea con la que llegaron a Abadín a finales de los 80, "ganar el pan con el sudor de nuestra frente", y que mantienen para su nueva aventura en la capital lucense. "En realidade non é unha nova vida, é facer o mesmo de sempre, escoitar e calcetar", manifiesta Izaskun a pesar de que rehuye hablar de despedidas: "É un momento de purificación, pero doloroso, porque ver a unha veciña chorar porque te vas... é duro".

Para Paquita, atrás quedan innumerables aprendizajes en el entonces centro de acogida de menores de María Mediadora de Vilalba; para Rosa, sustituciones como ATS y los acordes de guitarra heredados de Esperanza; y para Izaskun, años de amistad para vecinos y peregrinos.

Las tres dejan un huerto con el que "conectábamos con la tierra", jornadas de convivencia con los jóvenes y catequesis con pequeños de todas las parroquias, así como fiestas a las que iban cuando las invitaban y que, a cambio, convertían su casa en punto de encuentro. Pero, sobre todo, "procesos y relaciones que no se pueden cortar", concluyen Izaskun y Paquita, motivo suficiente para que no sea un adiós, sino un hasta luego.

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