Adela Varela: "Es una novela de vida, no de buenos y malos"

La periodista pontesa se estrenó hace unos meses en el mundo literario con la publicación de su primera novela, El chico de Mercaderes, y en noviembre la presentará al otro lado del Atlántico, en Cuba, donde transcurre parte de la historia 
Adela Varela. CASARES ASTIGARRAGA
photo_camera Adela Varela. CASARES ASTIGARRAGA

La pontesa adela varela, afincada en Madrid, trabaja con letras y números —periodista especializada en economía, está en el departamento de comunicación de una multinacional—. Pero lo que escribe transciende el ámbito laboral y se acaba de estrenar en el mundo literario.

Publicó su primera novela, El chico de Mercaderes. ¿Cómo está siendo la respuesta de la gente?

Muy positiva. En general, los lectores que me escriben al terminar el libro lo hacen en un tono muy agradecido y para pedir más. Es difícil tener visibilidad en este mundillo, pero por el momento no me puedo quejar.

La obra se basa en los manuscritos de su abuelo, José Lamigueiro, combatiente de la Guerra Civil. ¿Lo hace más especial estrenarse con algo tan personal?

Supongo que lo hace más especial, pero probablemente también más sencillo. Tenía los mimbres de una historia que claramente tenía que ser contada. Solo había que sentarse y darle forma. Es una suerte contar con el testimonio del protagonista de primera mano. 

¿Qué se puede encontrar el lector entre sus líneas? ¿Cómo los invitaría a adentrarse en sus páginas?

El lector se encuentra con una novela que engancha desde el primer momento y que, según me dicen, resulta muy fácil de leer. Quien lea El chico de Mercaderes tendrá la oportunidad de conocer parte de nuestra historia cercana desde los ojos de un chaval con el que, creo, que muchos nos podemos sentir identificados. Es una novela de vida, no de buenos y malos. 

Parte de las memorias de su abuelo para contar cómo era la vida de un joven emigrado a La Habana. ¿Es una historia de supervivencia? 

En realidad, esa parte de la novela está basada en la historia de otros emigrantes de As Pontes, como José García, que a día de hoy siguen manteniendo vivo el legado gallego en Cuba. Gracias a su labor al frente de la Sociedad Naturales de Puentes de García Rodríguez en La Habana, El chico de Mercaderes volverá a pisar Cuba en la presentación que haremos el 2 de noviembre en el Centro Gallego de La Habana. Y, sí, desde luego es una historia de supervivencia. Una historia de cómo a veces la vida nos va llevando por diferentes caminos y nosotros vamos capeando el temporal como mejor podemos. 

Después de presentar la obra en A Coruña o en su As Pontes natal, ya tiene fecha para darla a conocer al otro lado del charco. ¿Qué significa esta presentación en el otro escenario de su novela?

Para mí, es un sueño hecho realidad que ha sido posible gracias a la labor de la Sociedad Naturales de Puentes de García Rodríguez en La Habana, que desde el primer momento se puso en contacto conmigo para que el libro se presentase allí. Además, en la presentación contaré con el respaldo de Dolores Guerra, investigadora del Instituto de Historia de Cuba y profesora de la Universidad de La Habana, que es una de las mayores conocedoras del fenómeno de la emigración gallega en Cuba.

¿Qué cree que queda de la Cuba de su libro?

Esa pregunta debería responderla un cubano, pero supongo que queda mucho, aunque a simple vista sea difícil verlo. Vestigios de la riqueza, de la prosperidad que se vivía en aquel momento. Queda un espíritu, un modo de vida y una forma de entender las cosas. 

Su obra habla de la Guerra Civil, un tema que sigue generando polémicas, la exhumación de Franco, la apertura de las fosas... ¿Piensa que no se puede olvidar ni mirar para otro lado o que hay que avanzar?  

Desde mi punto de vista, mirar a otro lado no hace que las cosas desaparezcan. Hay que saber de dónde se viene, no tiene nada que ver con la venganza. Es una cuestión de memoria, de conocimiento. Buena parte de los países que han pasado una guerra civil, y mucho más recientes que la nuestra, divulgan lo ocurrido y cuentan con centros que velan por que no se olvide. No pienso que la forma de cerrar las heridas sea no hablar de ellas.

El otro punto clave de su obra es la emigración. Europa vive ahora una crisis migratoria en el Mediterráneo. ¿Su novela busca también una cierta concienciación? 

Me gustaría que su lectura contribuyese a tener más presente que, hace no tanto, los que llegábamos a otros puertos extranjeros éramos nosotros. Nuestros abuelos huían de la miseria, igual que los que vienen ahora. Dudo que alguien abandone su casa con lo puesto por gusto.

Publicó su novela a través de Libros Indie, una pequeña editorial. ¿Qué es lo más difícil a la hora de publicar, encontrar los apoyos para hacerlo o conseguir un hueco para que el libro llegue al lector?

Creo que lo más difícil es encontrar un editor. Desde mi poca experiencia pienso que es un mundo bastante cerrado en el que, al menos a mí, me ha costado establecer un primer contacto. Muchas editoriales ni siquiera aceptan manuscritos, así que no es fácil. 

¿Tiene más proyectos en mente?

Sí, siempre. La gente que ha leído ‘El chico de Mercaderes’ pide una segunda parte. Pero, además de eso, siempre hay historias para contar. Todo el mundo tiene una historia detrás. 

"Con el libro entre las manos sentí lo mismo que cuando te traen los Reyes lo que has pedido"
Sensaciones. ¿La primera vez que tuvo el libro en sus manos?
Como cuando te traen en Reyes el coche teledirigido que habías pedido. 
¿Su primer lector y qué dijo?
Mi amiga Eva. Que tenía que publicarlo. No paró. Gracias. 
¿Lo que más asusta de publicar?
Soy muy reservada para mis cosas. Y publicar es exponerte.
¿Qué es lo más satisfactorio?
Que un lector te diga lo que ha disfrutado o que se ha emocionado con el libro. Eso no tiene precio. 
¿Impone más presentar en casa o al otro lado del Atlántico?
En As Pontes impone mucho. Es mi casa. Al otro lado del Atlántico… lo sabré cuando llegue (ríe). 
¿Ya visitó Cuba? 
Esta será la tercera vez. Me encanta. Sus edificios, sus playas, su historia, su clima, su gente… Es una forma de entender la vida. 
Vive en Madrid. ¿Qué es lo que echa de menos de As Pontes?
A la gente. Bajar andando y juntar el café de la mañana con la caña y la tapa del mediodía. 
¿Cómo ve desde la distancia la situación que atraviesa su villa tras el anuncio del cierre de la central?
Con muchísima tristeza. Tengo la sensación de que van a desguazar mi casa.
¿Un libro?
El amor en los tiempos del cólera, siempre. Y Manolito Gafotas, para aligerar (risas). 

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