La base del 'solucionador'

A José Manuel Santiso, el que fuera jefe de protocolo del Concello, se le puede encontrar cada día en el Campo Castelo
José Manuel Santiso, en la Praza de Campo Castelo. SEBAS SENANDE
photo_camera José Manuel Santiso, en la Praza de Campo Castelo. SEBAS SENANDE

A Santiso, que es como le conoce todo el mundo en Lugo, es fácil encontrarle en el Campo Castelo. Dice que hace al menos veinticinco años que va puntualmente todos los días, a las diez de la mañana, a tomar el café al bar Manolo y que si alguien le busca siempre habrá en la ciudad quien le diga dónde está Santiso.

Se ríe y cuenta que "cuando era pequeño, todo el mundo sabía en Lugo que para encontrar a un médico o a un abogado había que ir al bar Celta a mediodía, y lo mismo pasa ahora conmigo".

Es esa una realidad inmutable, porque sigue yendo puntual a la cita en el Campo Castelo a pesar de que hace ya varios años que se jubiló y dejó su puesto como responsable de Protocolo del Ayuntamiento de Lugo, donde fue una figura omnipresente y ejerció una labor que fácilmente le permitiría presumir de haber casado a más lucenses que el obispo.

El no oficiaba, claro, pero era el que hacía los papeleos de cada matrimonio y calcula que organizó más de dos mil bodas. Aún hay gente que le para por la calle para decirle que se acuerda de él porque la casó. Hace un tiempo, rememora divertido, en un restaurante una camarera le dijo que ella no le iba a servir porque la había hecho llorar en su boda. La novia había llegado a las dos de la tarde para una ceremonia prevista para las once de la mañana y para entonces él ya había decidido suspender el acto. Hubo matrimonio, pero con lágrimas.

Ser el casamentero del Concello quizás le hizo aún más popular de lo que siempre fue en Lugo, pero Santiso siempre fue mucho Santiso y de eso seguramente saben quienes tuvieron que medirse con él por la organización de actos protocolarios en la ciudad.

Confiesa que recuerda con cariño la mayoría de los eventos en cuya organización participó. Solo hay algo que le gustaría que nunca hubiera ocurrido: el accidente en Besançon del que fueron víctimas un grupo de alumnos de la Escuela de Arte Ramón Falcón, en el que hubo tres víctimas mortales y solo una de las viajeras salió ilesa.

Él trabajó en la repatriación de los cuerpos de los jóvenes fallecidos y la vuelta a casa del resto de los estudiantes y no olvida que fue un momento muy amargo.

No le pesan más episodios, dice, y quizás sea porque no ha sido nunca persona a la que fuera doblarle el brazo. Y al final preparar actos protocolarios era cuestión de organización, apunta. Hasta cuando había visitas de la Casa Real las cosas se solucionaban sin mayores problemas, subraya.

Cuenta que solo se encontró un hueso duro de roer: el jefe de protocolo de José Luis Rodríguez Zapatero, un recién licenciado que no se avenía a nada. "Cuando se ponía difícil, yo pensaba: a ti ya te llevaré yo al huerto, y lo lleve". La disputa, rememora, se debía a que el Concello quería que el entonces presidente del Gobierno acudiera en un San Froilán a una comida con trescientos empresarios de Lugo, y el equipo de Madrid se negaba. Al final hubo comida y dice que Zapatero, casi divertido, le agradeció que se hubiera impuesto.

Dice que con perseverancia y mano izquierda iba todo saliendo y por lo que cuenta puede que muchas de esas habilidades las fuera desarrollando en A Piringalla, el barrio en el que creció.

Nació en Baralla y la familia se vino a Lugo cuando él era aún muy pequeño. Al principio vivieron un tiempo en el barrio Feixoo, pero pronto se fueron a A Piringalla y allí se hizo mayor el Santiso que primero ejerció como Policía Local y después acabó siendo una de esas figuras imprescindibles de la casa consistorial, donde fue viendo el paso de varios alcaldes y buen número de concejales.

Otros lugares: La vida de barrio

A Piringalla

A Santiso se le nota la nostalgia cuando habla de su vida en A Piringalla. "Había un espíritu de barrio único, eramos todos como una familia y todas las noches jugábamos en la calle", rememora. Añora aquel tiempo, y eso que confiesa que él se escapaba en cuanto podía a Baralla, a casa de los abuelos.

Nadela

Hace más de veinte años que vive en Nadela, lugar que eligió porque le gusta aunque hace poca vida social allí, reconoce.

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